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universidadesA comienzo de los años setenta, una organización guerrillera uruguaya secuestró a Michele Ray, la esposa del reconocido director Costa Gavras.
02/11/2023 - 00:00hs
Parece una historia cinematográfica, pero sucedió en la realidad. En el verano de 1971, la periodista Michèle Ray, esposa del director de cine Costa Gavras, viajó de incógnito a Montevideo para recopilar información que sirviera de base a una película que su marido estaba por filmar. La Organización Popular Revolucionaria, una por entonces incipiente guerrilla urbana de ese país, decidió aprovechó la circunstancia para secuestrarla y hacer públicos sus reclamos.
Michèle Ray tenía 28 años, pelo rubio corto y lentes de armazón oscuro. No solo quería tener un perfil bajo, sino pasar desapercibida. Su consigna era: “Nadie debe saber quién soy. Si se sabe quién soy, será fácil imaginar para qué vengo”. Una de las pocas personas que sabía de su visita era la periodista uruguaya María Ester Gilio, quien la alojó en su casa de Puerto Buceo, una pequeña bahía en la costa montevideana.
Michèle alquiló un auto con el que partía a las 9 y media en busca de toda la información que se había propuesto reunir y regresaba al mediodía con el cuaderno lleno de anotaciones, fotos y conversaciones grabadas. Entrevistaba a gente del común, pero también a políticos de renombre, periodistas, guerrilleros o escritores como Mario Benedetti. La documentación juntada llegó a alzarse como una montaña en la habitación. Era sigilosa y trabajaba con mucho cuidado. Un mes entero estuvo recogiendo materiales y comprando una valija adicional para poder llevarlos. María Ester Gilio evocaría años después: “Recuerdo a Michèle sentada sobre sus propias piernas en el sillón verde del jardín escuchando aquellas cintas y preguntando: ¿Qué quiere decir “la dejó chanta”? o “¿en el ascensor había dos fiambres?”. Yo admiraba su capacidad para ubicarse en un país que le era totalmente desconocido y un poco la envidiaba por la montaña de información que crecía, a su lado, casi sin esfuerzo. Un día le dije si no me tenía confianza como para que la ayudara en aquella tarea. Dijo que me veía con poco tiempo y que había entrevistados que podían comprometerme. Y más tarde, un poco en francés y un poco en español, como era su costumbre: Hay dos cosas en las que tú me podrías ayudar si te parece: cantegriles y, si no tenés miedo, la JUP (en Uruguay “cantegril” equivale a villa miseria; la Juventud Uruguaya de Pie era un grupo de extrema derecha semejante en organización y fines a la Falange española de los años 30, y en su momento se les adjudicaron varios atentados)”.
Había sido modelo de Chanel, pero cuando el periodismo se le metió en la sangre dejó para siempre el modelaje. En 1966 fue a Vietnam a cubrir la guerra, durante un mes había estado prisionera del Vietcong, y dejó testimonio de esa experiencia en su libro Las dos orillas del infierno. Un año después, viajó a Bolivia a cubrir —para el Paris Match— el fusilamiento del Che Guevara. No era una mujer que rehuyera de las emociones fuertes.
Fue en la vivienda de Gilio donde se produjo el secuestro. La dueña de casa lo recrea así:
“Eran las 9 cuando desperté, pues alguien andaba caminando por la casa. Abrí los ojos y vi, de pie en la puerta de mi cuarto, a una chica que miraba hacia la puerta del baño que hacía ángulo con la mía.
—¿Qué hacés ahí? —dije.
—Estoy esperando a Michèle.
—¿Por qué no la esperás abajo? —dije y cerré los ojos. Unos minutos
Después volví a abrirlos. La chica seguía allí, pero esta vez vi el revólver pequeño y negro que tenía en la mano, y con el que apuntaba a Michèle, que salía del baño envuelta en una bata turquesa, con un rostro tan blanco como sólo recuerdo haber visto en las estampas japonesas. Con un gesto de la mano apartó unos centímetros a la chica y se tomó del marco de la puerta.
—¿Qué pasa? —dije.
—Quieren llevarme —dijo”.
Pensaban que, si Michèle Ray, esposa de Costa Gavras, era secuestrada, el mundo se iba a enterar. Cuando ella fuera liberada, a los tres días, daría a conocer cuáles eran las ideas políticas de la organización. En apenas un rato Michèle se vistió, puso algunas cosas en un bolso y se dejó llevar. La pusieron unos lentes oscuros grandes que le tapaban parte de la cara, un pañuelo floreado en la cabeza y se la llevaron. A los tres días, efectivamente, fue liberada. Su marido, fue buscarla a Uruguay.