cultura

Un símbolo poético de La Plata

Francisco López Merino es una figura mítica de las letras platenses, cuya fama se mantiene tan sólida como la casa (hoy biblioteca) en la que vivió.

Interés General

01/11/2024 - 00:00hs

Potenciada por albergar una de las Universidades más reconocidas de América y por la afluencia de numerosos intelectuales y escritores de otras latitudes, como fue el caso de Almafuerte y Benito Lynch, La Plata comenzó a los pocos años de fundada a dar sus frutos autóctonos, entre ellos Francisco López Merino. Pocos son los datos de su breve biografía realmente significantes. Perteneció a una familia de clase acomodada, propietarios de la casona de la calle 49 nº 835 que hoy se conoce como Palacio López Merino -declarada como Patrimonio Histórico de La Plata en el año 1985-.

Por iniciativa de sus amigos, se reunió en Azul “Las obras completas de Francisco López Merino”. Un busto de Riganelli conservaba su memoria en el bosque de su ciudad natal. López Merino puso fin a su vida el 22 de mayo de 1928, cuando solo tenía 24 años. Su muerte conmovió al ámbito social y literario de La Plata y Buenos Aires, generando un misterio sobre las causas de la misma.

Se ha dicho que era el poeta de la sinceridad. En su verso no había afectación ni artificio; los elementos: el tiempo, los objetos familiares, algún que otro tierno cariño femenino, tal vez más sentido que real, es decir, aquello inmediatamente cercano a la sensibilidad del autor era objeto de su canto, emitido con sencillez igual a la que revestía su inspiración.

En “Mis primas los domingos”, una de sus páginas más recordadass, está, como en una estampa, el vivir provinciano hecho siempre de los mismos acontecimientos o de la recordación de estos: “Mis primas, los domingos, vienen a cortar rosas y a pedirme algún libro de versos en francés. Caminan sobre el césped del jardín, cortan flores y se van de la mano de Musset o Samain. Aman las frases bellas y las mañanas claras. Una estatua impasible las puede conmover. Esperan la llegada de las tardes de otoño porque tras los cristales, todo oro se ve…”.

Rafael Alberto Arrieta, docente de literatura del Colegio Nacional de La Plata, escribió sobre los poetas que integraron lo que denominó la "Escuela de La Plata" (“Ciudad de poetas”): López Merino, Pedro Mario Delheye, Héctor Ripa Alberdi y Alberto Mendióroz. Todos murieron antes de cumplir los treinta años y a todos los unió una común admiración por la estética simbolista.

Jorge Luis Borges era íntimo amigo de Francisco López Merino, con quien se reunía con frecuencia en el Café "El Rayo" ubicado en la esquina de 1 y 44. Se frecuentaron, especialmente, entre los años 1925 y 1928, cuando conjuntamente con otros escritores divulgaban aquí la llamada Revista Oral. También el amor de Borges por una mujer lo hacía viajar a La Plata con frecuencia, cuando visitaba a Elsa Astete Millán, que vivía en diagonal 80 esquina 4, y con quien se casaría 50 años después de conocerla, luego de que ella enviudara.

En el salón de actos de la biblioteca López Merino hay una foto en la que López Merino está sentado junto a Borges en un banco de plaza, mirando a cámara. El gesto es candoroso en ambos, y algo en la simetría de las caras los emparienta, como si fueran de alguna manera primos lejanos. Hay una postura señorial, un porte romántico, cierta secreta ironía destinada a quienes miramos la foto muchos años después.

En "Elogio de la sombra" (1969), Borges recordará a su amigo de la siguiente manera: “Ahora es invulnerable como los dioses/ Nada en la tierra puede herirlo, /ni el desamor de una mujer,/ ni la tisis, ni las ansiedades del verso, /ni esa cosa blanca, la luna, /que ya no tiene que fijar en palabras./ /Camina lentamente bajo los tilos; /mira las balaustradas y las puertas, /no para recordarlas. /Ya sabe cuántas noches y cuantas mañanas le faltan. /Su voluntad le ha impuesto una disciplina precisa. /Hará determinados actos, /cruzará previstas esquinas, /tocará un árbol o una reja, /para que el porvenir sea tan irrevocable como el pasado”.

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