Paro general: una nueva derrota del Gobierno
La primera gran huelga que se le hizo al kirchnerismo tuvo amplia adhesión. No funcionaron los bancos, los trenes, las escuelas, los hospitales ni la administración pública y hubo más de 300 cortes.
21/11/2012 - 03:02hs
Por Myriam Renée Chávez
Directora del diario Hoy
Fiel a su estilo, el pedido de cambio que ayer salió del conjunto de los trabajadores argentinos, que protagonizaron el primer paro nacional en una década, fue respondido por la Presidenta con gestos de soberbia y prepotencia al intentar descalificar la protesta tildándola de “apriete”.
La primera mandataria tuvo una reacción casi idéntica a la que manifestó después de la histórica movilización del 8 de noviembre, protagonizada por la clase media y sectores populares, que realizaron un masivo cacerolazo en las principales ciudades del país en protesta por la inflación, la inseguridad, la corrupción y los intentos de reformar la Constitución para eternizar a Cristina en el poder.
Pareciera que la Presidenta está encerrada en una suerte de negación permanente. No escucha al pueblo trabajador, no escucha a los profesionales ni a los comerciantes, ni a los pequeños y medianos productores rurales (chacareros), que están reclamando que haya un urgente cambio de rumbo. Solamente les presta sus oídos a los aplaudidores oficiales que la rodean, a los obsecuentes de turno que no quieren que nada cambie porque saben que esa es la mejor forma que tienen para mantener sus privilegios.
La necesidad de hacerse oír de los trabajadores fue tal que se produjo un hecho inédito: tres centrales obreras con posturas políticas antagónicas y gremios de izquierda lograron unificarse tras un plan de acción. Dejaron de lado sus diferencias para decirle basta al saqueo que les está haciendo el Estado a los trabajadores. Producto del impuesto a las Ganancias y del tope en el cobro de las asignaciones familiares, están sufriendo una confiscación inaudita que los lleva a perder sumas equivalentes a un medio aguinaldo. Y no estamos hablando de trabajadores con sueldos de 35 mil pesos, como los que ayer mencionó la Presidenta en su discurso pronunciado desde San Pedro, sino de laburantes que cobran más de 7.000 pesos.
Se trata de reclamos absolutamente legítimos, que nada tienen que ver con los fantasmas destituyentes que intentan agitar desde la Casa Rosada. Ninguno de los dirigentes sindicales, como así tampoco ninguno de los trabajadores movilizados, pidieron que se interrumpa la institucionalidad.
Asimismo, para intentar justificar lo injustificable, la Presidenta construye en su discurso un pasado que nunca existió. Por ejemplo, ayer mintió descaradamente cuando dijo que su madre había sido una importante dirigente gremial en La Plata en los años ‘70, cuando apenas fue una simple empleada de sindicato y jamás movió el amperímetro en el movimiento obrero platense. Los que conocemos y formamos parte de la historia reciente del movimiento obrero de nuestra región podemos dar cuenta de ello.
La Presidenta también faltó a la verdad cuando, en su alocución, hizo referencia al surgimiento del movimiento piquetero. Los desocupados empezaron a cortar las rutas de nuestro país tras la infame privatización de YPF en los años ‘90, que llevó a que pueblos otrora pujantes (gracias a la industria petrolera) se convirtieran en territorios con índices de desempleo nunca antes vistos. Y todo ese proceso privatizador contó con el apoyo irrestricto del kirchnerismo, que en aquel entonces gobernaba la provincia de Santa Cruz, y mandó a sus legisladores a que votaran a favor de la venta. Lo que este año terminó “recuperando” el Estado fue apenas el 51% de una empresa vaciada y saqueada.
Constituye un error garrafal -por parte de la Presidenta- tratar de comparar el momento actual con lo que ocurría durante los gobiernos de Juan Domingo Perón. Al líder del justicialismo, los trabajadores no le hacían paro porque el movimiento obrero era la columna vertebral del gobierno. Formaba parte de la discusión para definir las políticas de Estado en pos de desarrollar la producción, el mercado interno y la generación de empleo genuino, ya que son las condiciones indispensables para que los trabajadores puedan crecer y ejercer sus derechos con plenitud. Nada de ello ocurre ahora, en un contexto donde la desocupación real intenta ser tapada con los métodos más infames del clientelismo político.