Policías, entre la changa y las horas extras para escaparle a la pobreza

Por Jorge Garay

La noticia pasó fugaz a principios de este mes y así, en medio de la vorágine cotidiana a la que nos somete la crisis, se perdió entre otros temas: un policía bonaerense se desempeñaba como conductor de Uber cuando un delincuente lo sorprendió e intentó robarle a su pasajera. Tras cruzarse en un tiroteo, el asaltante terminó muerto.

Asistimos entonces a la doble vulnerabilidad del efectivo: la del hombre que arriesga su vida, diariamente; y la del que lo hace por un salario tan magro que lo obliga a salir a la búsqueda de changas.

Es apenas una foto de una realidad que se multiplica por los más de 93.800 policías bonaerenses y que también se proyecta en La Plata: aquí, como en el resto de la Provincia, los agentes han comenzado a alternar su función de servidores públicos con la del transporte de pasajeros.  

Según los testimonios recogidos por este diario, que para evitar represalias no serán identificados, se trata de hombres y mujeres que luchan contra el delito por $17.000 de salario neto y que para obtener un ingreso extra llegan a trabajar hasta 16 horas en una jornada. “Las horas core (extra) se pagan $50, si hacemos las 100 que tenemos en un mes, podemos aumentar nuestro sueldo en $5.000”, explicó J.G., que es conductor de Uber en La Plata y oficial en Florencio Varela.

“Nuestro trabajo es de lunes a lunes; sabemos que una hora menos es menos dinero y con la situación del país no podemos darnos el lujo del descanso”, agregó este hombre que pisa los 40 años.

Pero ustedes tienen que estar descansados, despabilados, tener tiempo libre para el perfeccionamiento constante, inquirió este medio. “Tenemos que hacerlo (el tomar horas extras) porque sino, mi familia pasa hambre”, comentó C.L., policía y chofer de Uber de esta ciudad, donde, luego de terminar su servicio como agente de la Bonaerense y antes de volver a su casa, “toma uno o dos viajes” que le ayuden a alejarse de la línea de la pobreza, que ya está en $21.000.

Aunque reconocieron que lo suyo roza la insalubridad y los expone a mayores peligros -el cansancio acota los reflejos-, coincidieron en que los más jóvenes “aguantan” como pueden; el agotamiento gana, dijeron, entre los de más edad. 

La precariedad invita en la mayoría de los casos a la resignación; en otros, al desgano y hasta la lógica rebeldía: “Hay veces en las que escuchás el llamado por la radio y ni querés responder, ni ir al lugar. ¿Para qué, si te pagan mal y si usás el arma tal vez te condenan? Pero al final terminás yendo por la víctima, que no tiene la culpa”, expuso con total crudeza L.J., también al volante del auto que presta para Uber.  

Otro efectivo platense aseguró con razón que “entre el patrullero y Uber casi no veo a mi familia. Uno arriesga su vida, a perder a su pareja, a no ver a sus hijos por un trabajo mal pago y que debería ser el mejor del mundo: Como el médico, nosotros muchas veces salvamos vidas”, dijo. 

Concluyó con una revelación: “Voté a Cambiemos, tuve esperanzas”. Y una incertidumbre: “No sé a dónde va a parar esto. No sé qué quieren hacer”.

Diez muertes en nueve meses

Agotados y destratados, los efectivos con salarios magros que los obligan a recurrir a las horas extras y a la changa para sumar ingresos, se exponen cotidianamente al peligro de no saber si regresarán a sus casas con vida. La suya es la regla en el plan de ajuste del Gobierno, que engendra pobreza y violencia, y explica, por ejemplo, que en lo que va del año más de diez policías de la Bonaerense hayan muerto a manos de los delincuentes.