“Traenos la Copa, Sampa, traenos la Copa…”

El sol de otoño atenúa el frío en la helada mañana de Ezeiza. Un papá con su hijo de Boca hace fila con un cartelito en la mano: “Genios, ¡una foto por favor…!”

Dos chicas que llegaron desde Moreno sueñan con conocer a Marcos Rojo. Y una familia de Córdoba que vino a pasar las vacaciones a Buenos Aires tiene el anhelo de estar cerca de Messi, al menos por algunos segundos. 

Así se vive vigilia mundialista en el predio Julio Humberto Grondona, donde entrena la Selección, Los hinchas afuera. La prensa adentro, pero más cerca de lo habitual de los jugadores, con efímera chance de tomar contacto con los responsables de aportar una cuota de felicidad al pueblo argentino en el Mundial de Rusia. 

Los jugadores salen rápido, y salvo alguna excepción, no se detienen en el paisaje que arroja el portón de ingreso. El técnico, sin embargo, entiende que debe ponerse a la gente en el bolsillo. Tanto es así que el Zurdo no duda en frenar su enorme camioneta blanca, cuando un chico con la camiseta alternativa de Boca lo corre como Pavón cuando encara a un defensor. “Qué tal gente…”, saluda y acepta las fotos y el cariño de los presentes. 

En las últimas 48 horas el hombrecito calvo de Casilda estuvo en boca de todos: primero por dar la lista de 23 jugadores el lunes, y luego por desafectar sin pestañear a Romero ante la lesión del martes. Ayer, amparado en la trillada frase de que “no hay dos sin tres”, también dio la nota…

No hizo declaraciones, es cierto. Pero entendió el sacrificio de los fanáticos que desafiaron el frío y la distancia para aportar una pequeña porción del aliento que los 40 millones de argentino darán cuando en Rusia la pelota empiece a rodar. 

A contagiarse todos muchachos…