En su última propuesta, una pandemia afecta a los protagonistas, quienes deben utilizar, para poder sobrevivir, una burbujas que los mantienen alejados de los efectos nocivos de una extraña enfermedad.
Enmarcada en la categoría Competencia Latinoamericana del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, el próximo jueves llegará a los cines El perro que no calla, el personalísimo proyecto de la realizadora Ana Katz que viene haciendo ruido en cada uno de los festivales y muestras internacionales en donde se presenta. Su estructura elíptica, su capacidad de anticipar la pandemia imperante y su mirada lúcida y sentida sobre los vínculos son solo algunos de los aciertos de una de las películas más bellas del cine argentino de los últimos tiempos. Diario Hoy dialogó con la directora a días de estrenar la película, para conocer más detalles de ella y de sus próximos pasos.
—La película toca hilos íntimos de la vida, son misceláneas de la historia del protagonista, y se incorpora la elipsis como elemento narrativo, poco utilizada en el cine local…
—Estoy perdidamente enamorada del trabajo con la elipsis, creo que es un camino de ida, es una gran herramienta que tiene el cine y a veces, en este caso en esta película, estaba muy interesada en poder desarmar ciertos mecanismos narrativos, los más convencionales, que distancien emocionalmente. Quería poder tener una conexión más emocional antes que de construcción de razonamientos. A veces pasa que con la utilización de la elipsis entendés igual pero no llegás a hacer correctamente el camino. La posibilidad de contar una historia de vida, o de etapas, a través de sentimientos que lo recorrieron en esos momentos, sensaciones, es lo que buscaba.
—El cine recuerda eso. Quizás las aplicaciones de fotos tiran mensajes que dicen “hace cuatro años”, pero no lo tenemos presente como cotidiano…
—Es tal cual. Creo que esa manera de construir ayuda a poder volver a mirar cine.
—Películas se ven, pero poco cine…
—Se ven series, redes y publicaciones, pero la actitud de estar mirando una pantalla es tan permanente que no está funcionando la degustación o las impresiones genuinas en cuanto a eso. Las primeras imágenes que me hice antes del guión, antes de que se incorporara Gonzalo Delgado, con quien trabajé, tenían la sensación de las viñetas, que de hecho dibujó María Rípodas, directora de arte, que eran como imágenes, como los meses de un año a través de la vida del protagonista, las temporadas emocionales, con un color nítido; es cine de elipsis, lo que manda acá, el personaje y la elipsis.
—Y esas elipsis ayudan a empatizar con él, como esa reunión al comienzo de la película, con los paraguas bajo la lluvia. ¿Eso proviene de algo real?
—No pasó en mi vida, pero para que sea apreciada como corresponde esta película, me regalé un espacio inmenso en la participación de quienes la hicimos. Vos contás con cosas tan imaginativas y que te traen tanto, que cuando te preguntan ¿Qué hago?, les decís ¿Qué harías? Así, estás abriendo un mundo gigante, y sí pasaba que me reunía en general, nunca ante lo hice, me reunía y les contaba qué sentía sobre las escenas, pero no quería quitarles la sensación de “a la deriva” que tenían y que yo quería que esté. Y a muchos de los actores no conocía, pero me emocionaba al verlos, hay algo de documental, espiando, cazador y recolector orientando hacia donde querés, abriendo la mirada lo máximo posible.
—Y hay algo de documentar la realidad, como los bolsones de frutas y verduras, retazos de la vida de muchos que encuentran en el cooperativismo una forma de vida, o cuando Sebastián está en la empresa, y ni siquiera lo pueden echar…
—Creo que se disimula mucho, la sensación es que no decimos lo que está flagrante ahí, esa parte fue muy intuitiva, lo mismo que la pandemia.
—Eso es inexplicable…
—Esa idea y las burbujas, el caminar agachado por un problema que afecta a todo el mundo, hace 10 años que vengo con eso, e inclusive dudaba porque me parecía un nivel de delirio muy alto. Pensé si era una razón contundente más allá del riesgo de parecer descabellado. Viendo en el cine de los años 50 vuelos y riesgos más altos, nos volvimos más pudorosos en cuanto al relato absurdo.
—Hay una autocensura en cuanto a lo posible…
—Pienso en Buñuel, en el espacio de lo absurdo que no se leía como tan loco como ahora se lee una propuesta que sale un poco de lo convencional. El cine es una herramienta para pensarnos, preguntarnos por nosotros, es el cine que no es de mercado, el que no se explica, y desde ahí apoyando todo lo que pueda hacerse para que no esté solo en un museo porque me parece que las necesitamos para crecer como pueblo.