El popular periodista, conocido por todos desde su precoz participación en un recordado certamen de preguntas y respuestas televisivo,
es guía para muchos en términos de espiritualidad.
Reinventándose, como siempre, Claudio María Domínguez llega al universo del streaming el 6 de noviembre a las 22, con Las cinco clases del karma, que se verá por Argentina Show Live, donde propone en un espectáculo en vivo y en directo la posibilidad de retomar el control de la vida y el poder. Diario Hoy dialogó con el periodista para saber más detalles de esta particular propuesta.
—¿Cómo hacés para actualizarte todo el tiempo, ahora con el streaming?
—Esto fue hecho por una cuestión de cooperativa de actividad, en general a mí me va muy bien, bendigo al universo, trato de ser coherente con lo que digo en los programas, usted merece reinventarse, usted se merece abundancia, y mi ingreso proviene de los talleres, charlas, de los retiros que hago en la naturaleza, del libro que saco una vez al año para la Feria del Libro, además de las 20 horas de programas que hago para C5N, Radio Pop, Radio 10. Los encuentros se detuvieron de golpe, y empecé online como terapia, porque también los directivos del multimedio me dijeron que era como un psicólogo del encierro, las organicé por Zoom. Fue un boom, y fue una bendición, porque desde mi casa pude estar presente sin tanto traqueteo de viajes. Y ahí, Guillermo Marín y la gente de Argentina Show Live me dijo si me quería sumar, y dije que sí, pero no porque lo necesitaba, sino para ayudar, porque hay muchos artistas que lo necesitan, y también por el desafío de aprender algo nuevo. Hicimos el primero, y me encantó. Pedí una sala tipo café concert. Pedí algunos objetos para moverme. Es una sensación. Estás en una sala vacía, pero me gustó mucho y arreglamos para hacerlo una vez por mes, y ahora vamos por el segundo.
—No debe haber sido complicado para vos adaptarte al formato…
—No, porque estoy acostumbrado a la comunicación, y si por ejemplo tuviera que responder solo las preguntas que me hacen tendría para 10 programas, ahora respondo 100 en una casa que nos prestan, hermosa, disfruto hacerlo, no es obligación, y no lo hago por dinero.
—Estás en constante movimiento, pero ¿cómo viviste el parate inicial?
—Tenía todo el año organizado de viajes, vendidos, a Machu Picchu, Egipto, la India, y no se pudo hacer, y si el universo permite, estamos todos vivos, los haremos el año que viene. Además al principio eran solo 14 días. Después ocho, diez meses, un año, fuimos aprendiendo de a poco todo, y al segundo mes con tanta gente pidiéndomelo empecé con los Zooms para 500 personas. Hice retiros de convivencia online, de lunes a viernes, cuatro horas, con abrazos virtuales. Salvo la tristeza de ver cómo se cerró el mundo en base al miedo, haciendo sucumbir a la gente al miedo y la amenaza, y vemos la miseria, la economía destruida, ojalá si esto pasara de nuevo, se priorice el elevar el sistema inmunológico de la gente para salir adelante.
Un pasado cinéfilo
—¿Cómo fue tu ingreso en la distribución del cine?
—Desde muy chico disfrutaba del cine, escaparme a Uruguay a ver a Bergman, Pasolini, Jesucristo Superstar, La naranja mecánica, y más, y pensé, cuando yo pueda hacerlo voy a traer el gran cine prohibido a la Argentina. En ese momento trabajaba para Cacho Fontana, que me hacía viajar por el mundo por notas, y ahí hice contactos con United Artists, la Fox, Warner, los independientes, y vi cómo traer la trilogía de Pasolini, La ley de la calle de Coppola, la primera de los hermanos Coen, Simplemente Sangre, películas muy lindas, un Bergam o Felini que faltaba, cine australiano, lindo, cine marginal, independiente, que mostraban una parte del cuerpo femenino y eso bastaba para censurarlo, en esa época estaba Paulino Tato, un ser siniestro, prohibía toda expresión de libertad para quedar bien con los militares de turno, como Regreso sin gloria, con Jane Fonda y Jon Voight porque el personaje hablaba en contra de la guerra. Y lo hice, pero para poder costear esas cosas, como Las mil y una noche de Pasolini, más poética y no tan erótica, compraba cosas “puerquitas”, como La potra, con Joan Collins, donde se hamacaba desnuda en un columpio, o Emmanuelle 5, con la protagonista desnuda corriendo por la playa, las cortaba, negociaba, con eso llenaba los cines, andaban muy bien, y por ejemplo con La ley de la calle llenábamos también la sala, el mismo Coppola me escribía para felicitarnos porque en otros países no había funcionado y acá continuábamos semanas y semanas. Las compañías se peleaban después para darme las películas gratis a cuenta de recaudación, me convertí en un miniempresario de cine. El gran éxito fue Déjala morir adentro.
—Esa es el ícono…
—Claro, una película canadiense, Julie Darling, y pensé en ponerle el título prohibido para luego pelearla. Yo demostré que era la enfermedad del censor, censuraban todo, los afiches, las fotos, pero ganamos y luego, tras mucho tiempo, pudimos estrenarla en el Paramount, y cuando fui, no se podía cruzar la 9 de Julio. Yo pensé que era un piquete, y pedí permiso para cruzar, un policía me dijo que era la fila para ver la película y que había gente haciendo cola desde las tres de la mañana y no dejaban pasar los autos. Empecé a los gritos de la emoción. Con la recaudación me hice mi casa, le tendría que poner ese nombre.