Abrió el Museo Ferroviario de Bavio
Momentáneamente, el espacio estará abierto al público durante los sábados y domingos en el horario de 16 a 19.
Este músico salteño les puso melodía a algunas de las mayores obras de nuestro folklore, entre otras el himno latinoamericano que es Canción con todos.
03/12/2023 - 00:00hs
Tenía 9 años cuando se anotó en un concurso de canto en Salta. Lo que a César Isella le interesaba era el premio: una pelota de fútbol. Lo ganó. Pero pasaba más tiempo tocando la guitarra que jugando picados en la plaza. Uno de los hechos más fuerte de su infancia fue cuando su colegio salteño recibió la visita de Eva Perón. La maestra le pidió a César que cantara para darle la bienvenida. Gracias a ese gesto, fue invitado a conocer Mar del Plata.
A los 18 años entró en Los Fronterizos, un grupo que se había fundado tres años antes y que ya se había ganado un nombre en las peñas folklóricas de todo el país. Estuvo casi diez años en el grupo y participó con ellos en la histórica primera grabación de la Misa criolla, esa obra de Ariel Ramírez que daría la vuelta al mundo y que vendería catorce millones de ejemplares.
La música que hacía por entonces era celebratoria del paisaje, las montañas, los ríos, las quebradas. No aparecía el ser humano, sus problemas, sus dolores, sus esperanzas. Cuando escuchó a Atahualpa Yupanqui reconoció en él al continuador de José Hernández: “Operó como una gran influencia para nosotros. Cuando fui con Los Fronterizos a Mendoza, lo conocí en la casa de la niña Yolanda, esa jujeña viuda a la que Cuchi (Leguizamón) y (Manuel J.) Castilla le hicieron la zamba. Era 1963 y entramos con un terror tremendo... Estaba el Tata, el maestro, el cacique de todos. Él nos trataba de usted y a nosotros nos temblaban las patas”.
En 1965 decidió iniciar su camino solista, compuso más de 300 canciones, algunas de ellas con poemas de Pablo Neruda, de Nicolás Guillén y muchas con el poeta Armando Tejada Gómez, con quien durante largos años tuvo muchas coincidencias: “Por ejemplo, nuestras infancias. Yo tenía diez hermanos, él veintidós. Además, la coincidencia de nuestros trabajos de niños: Armando fue canillita, lustrabotas, boxeador, diputado de la UCRI por Mendoza y locutor... un gran narrador”. Fue en La Enramada, una casa en Gonnet que era propiedad de la familia Massi, donde se terminó de componer Canción con todos, una canción que años después sería declarada por la Unesco como “himno de Latinoamérica”. Y sería un grupo platense, el Quinteto Tiempo quienes, junto a Cesar Isella, quienes cantaron por primera vez ese tema que sería uno de los más populares de la historia del folklore y que sería traducido a más de treinta idiomas.
En 1977 decidió, con Antonio Berni, hacer un disco dedicado a uno de los personajes más célebres del pintor: Juanito Laguna. Participaron en esa grabación Astor Piazzolla, Horacio Ferrer, Atahualpa Yupanqui, Hamlet Lima Quintana, Jaime Dávalos, Cuchi Leguizamón y Manuel J. Castilla, entre otros. Eran años de plena dictadura. A los pocos días de la edición secuestraron todos los discos publicados. El Ejército arrancó la obra de todas las disquerías. Recordaba César Isella: “Con Berni nos dijimos: Qué boludos, ¿cómo vamos a sacar un disco profundamente social, que les canta a los Juanitos de Río de Janeiro, Lima, Buenos Aires o Santiago de Chile, en el peor año de la dictadura? Pero siempre hay revancha. En mayo de ese año viajé a Cuba y la Casa de las Américas me pidió que la recreara”. Cuando Armando Tejada Gómez ganó el Premio Casa de las Américas por su Canto tradicional de las comidas, César Isella lo acompañó y tuvo oportunidad de ver la primera actuación de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés en La Habana: “Ahora son famosos, pero en ese momento los cubanos no entendían los temas de Silvio. Les parecían muy raros. Acá también. Yo fui el primero en grabar La era está pariendo un corazón, y me miraban como diciendo “estás loco”.
Con el regreso de la democracia, participó junto a Víctor Heredia y el Cuarteto Zupay en el espectáculo Canto a la poesía –que se presentó en el Luna Park–, con textos de María Elena Walsh, Pablo Neruda y José Pedroni, que se volvería un disco con más de 300.000 copias vendidas.
Fue el gran impulsor de una nueva camada de folkloristas, como Luciano Pereyra, Soledad y Rubén Patagonia. Gracias a ellos, decía, pudo renovarse. Murió a los 83 años, el 28 de enero de 2021. Nueve años antes había sido nombrado Embajador de la Música Popular Latinoamericana, una distinción concedida por la Presidencia de nuestro país.