La celebración tiene el objetivo de reconocer su contribución en el desarrollo agrícola, la erradicación de la pobreza y la mejora en la seguridad alimentaria. Cómo es la vida de una trabajadora rural en un pueblo bonaerense.
Quince años atrás, la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas estableció que cada 15 de octubre se celebre el Día Internacional de las Mujeres Rurales. De acuerdo a la declaración inicial, los objetivos son reconocerlas por su contribución en el desarrollo rural y agrícola, la erradicación de la pobreza y la mejora en la seguridad alimentaria. “La vida en el campo ha cambiado mucho”, dice Mirta Tenaglia, instalada en las cercanías del pequeño pueblo bonaerense de San Francisco de Bellocq. Allí, rodeada de perros collie, montes de eucaliptus y tractores, estableció su familia hace más de medio siglo.
Según cifras de la ONU, las mujeres rurales conforman un 43% de la mano de obra agrícola, y en su trabajo diario de labrar la tierra y plantar semillas están contribuyendo a asegurar la alimentación de sus comunidades, así como la de proporcionar alimentos a naciones enteras. Sin embargo, pese a su trabajo y productividad, tienen muy poco o ningún acceso a la tierra, a los materiales agrícolas, créditos, mercados, etc., tal como lo tiene el sector masculino que se dedica a realizar el mismo trabajo.
“Cuando llegué a la casa en la que estoy viviendo, no teníamos calefacción”, recuerda Tenaglia, “solamente la cocina económica a leña. Ahora, gracias a Dios, una vive más calentita y tenemos muchas de las comodidades que podés llegar a tener en una ciudad. Antes no teníamos autos a disposición, así que cada vez que íbamos al pueblo teníamos que hacer una lista con las cosas que se iban terminando y aprovechar muy bien ese viaje para comprar lo necesario para subsistir todo el mes. Otras cosas no han cambiado. El molino, por ejemplo, es el que nos sigue proveyendo de agua”.
Junto a la casona histórica de La Nueva Esperanza, su campo, el hijo de Tenaglia construyó la casa para su propia familia. En ese sentido, la pandemia de Covid se sintió de una forma sutilmente más suave que en las ciudades. No solo porque pudieron seguir haciendo sus trabajos diarios casi sin modificaciones, sino porque la burbuja familiar les permitió permanecer en contacto físico y con acceso a las grandes extensiones de aire libre del campo.
“Al tener internet y teléfono, la vida de mis nietas se ha hecho más parecida a la vida que podrían llegar a tener en la ciudad”, dice Tenaglia. “Claro que, desde muy chicas, saben lo que es recorrer la hacienda. Saben si va a parir la vaca, si está triste un ternero y hasta poner las vacunas. Participan en los trabajos y en la yerra, así que en ese sentido quizás estén un poco más avanzadas”, concluyó.