El catalán que exhibía seres humanos y animales embalsamados
Francesc Darder armó una gran colección de animales para mostrar en público, e incluyó un aborigen africano, sin causar el menor escándalo en su época
culturaFrancesc Darder armó una gran colección de animales para mostrar en público, e incluyó un aborigen africano, sin causar el menor escándalo en su época
17/05/2024 - 00:00hs
Hijo de un matarife que había hecho fortuna, Francesc Darder nació en Gràcia, España, a mediados del siglo XIX. Veterinario de formación, fue el primero en su país en tratar mascotas, y se dedicó también a la taxidermia y ofrecía “colecciones zoológicas” para escuelas. Publicó varias revistas de historia natural y media docena de libritos, como el Tratado completo sobre la cría de los palomos por un aficionado. En ese sentido, difundía la cría de animales domésticos como palomas, patos y conejos para el propio consumo en casa, pero también para la venta.
En 1892, Darder regresó de pie desde Génova hasta Barcelona acompañado de un elefante llamado Avi. Acababa de comprarlo a un circo y no había vagón de tren suficientemente sólido para transportarlo, así que optó por hacer el trayecto caminando junto a su flamante adquisición. Su objetivo era convertir a Avi en la principal atracción del zoológico de Barcelona. En ese momento, Darder ya había conseguido cinco camellos en barco desde Argel y prometía donar además un león y una jirafa.
Sin embargo, Darder no era respetado por la Academia de Ciencias de Barcelona. Sus piezas las tenía en exhibición en un enorme gabinete de curiosidades en los altos del Café Novedades, sobre el Paseo de Gracia. A los académicos de la época les daba tanta tirria el afán exhibicionista de Darder. Desilusionado, Darder se marchó a Banyoles, en cuyo lago hizo un criadero de peces tan célebre que el pueblo creó la Fiesta Anual del Pez, en el que anualmente se arrojan al agua millares de piezas nuevas. Años más tarde, trasladó hasta allá su colección de piezas embalsamadas y las acomodó en una casa que hoy lleva el nombre de Museo Darder.
Entre los públicos de Darder, figuraron también los señores adinerados de Barcelona. Ya desde el año 1872, Darder trabajó para Luis Martí-Codolar como asesor, veterinario y cuidador de la colección de animales exóticos que el banquero acumulaba en su Granja Vella, en Horta. El zoo de Darder fue un híbrido entre la investigación aplicada y la diversión, entre el negocio y el ocio. Pero, a largo plazo, su idea de situar el zoo como un proveedor de animales no autóctonos para la cría en toda Catalunya no triunfó.
A nadie le llamó la atención, no obstante, que una de sus piezas no fuera un animal sino un ser humano: un bechuana (perteneciente a la tribu botswanense) muy bajito, con su lanza y escudo, y tocado de plumas y un taparrabos. Sin nombre, ni fecha de nacimiento o defunción. Así había sido ingresado el hombre: como “fauna animal”. Y así había llegado a Europa, más precisamente a la Maison Verreaux, el inmenso salón donde se exhibían y vendían los mejores animales embalsamados del mundo.
Lo cierto es que los hermanos Jules y Edouard Verreaux partían una vez al año al África, uno de ellos cazaba y el otro embalsamaba los animales en un taller en Ciudad del Cabo. Cuando la Maison cerró sus puertas, el Museo de Historia Natural de New York compró gran parte de la colección; el resto se vendió al menudeo pero ningún museo se interesó por aquel anónimo aborigen africano.
Darder no estaba al tanto de esa circunstancia cuando compró la pieza y se la llevó a Barcelona. El hombre estuvo acumulando polvo en la vitrina vidriada de Banyoles y una vez al año le daban una mano de betún. Así fue como, tiempo después, se enteró el pueblo de Banyoles de que su museo tenía el único hombre embalsamado en el mundo que se exponía entre animales. Finalmente, en octubre del 2000, en un acto de gran despliegue mediático, los restos llegaron a Gaborone, capital de Botswana, para ser enterrado en el Parque Tsholofelo. La ceremonia del entierro no incluyó ningún rito tradicional, ni danzas ni vestimentas tribales del pueblo originario del difunto, porque en las autopsias y análisis realizados en Madrid no se pudo determinar si el hombre era bosquimano o de alguna otra etnia. Francesc Darder dejó escrita una decena de libros, el último de los cuales se publicó tres años antes de su muerte, ocurrida el 8 de abril de 1918, a los 66 años, como consecuencia de la mordida de una serpiente.