Luisa Mercedes Levinson, una escritora excéntrica y visionaria
Dueña de una personalidad intensa, múltiple y avasalladora, fue la única mujer que escribió un cuento en colaboración con Jorge Luis Borges.
CulturaParece una escena de ficción, pero ocurrió en Nueva York en 1934. Carlos Gardel ya era un músico consagrado, y Astor Piazzolla recién estaba aprendiendo a tocar el bandoneón.
25/07/2021 - 00:00hs
Caminando por las calles de Nueva York, Vicente Piazzolla vio un bandoneón en la vidriera de una casa de empeños. Se detuvo de inmediato, por una rajadura del alma le entró toda la nostalgia por su lejano país. Lo compró por diecinueve dólares. Su esposa, cuando lo vio entrar con un paquete tan grande, le preguntó: “¿Un regalo para la familia?”. Y él contestó: “Una bomba. Esta noche prendo la mecha y volamos todos”.
Cuando Vicente vio a su hijo que llegaba de jugar al béisbol, le dijo que abriera el paquete. Astor recordaría después que había arrancado despacio el papel. Miraba la caja y después a su padre. Iba descartando: patines no, la caja es demasiado grande. Tampoco un equipo nuevo de béisbol. Cuando vio el bandoneón con su envarillado de metal, la botonera y las incrustaciones de nácar; sintió que le habían regalado una caja de magia. Apenas si lo rozó con un dedo tembloroso.
Astor Piazzolla tenía 13 años, sus padres eran peluqueros y desde 1925 se habían radicado en Nueva York, en el East Village. Allí, un amigo de la familia –Tereg Tucci- llevó una noche a Carlos Gardel, quien estaba filmando una de sus películas para la Paramount Company.
Don Vicente Piazzolla dijo que hacía cuatro años que Astor tocaba el bandoneón y que solía actuar en las fiestas de la comunidad italiana de la ciudad. Gardel quiso escucharlo. Astor tocó algunos valses y un tango. Gardel le elogió la digitación pero dijo que tocaba el tango “como un gallego”.
Y así, pese a la diferencia de edad, nació la amistad. Paseaban juntos por la ciudad, en la que Astor ya se movía como un baqueano. El niño era su guía y traductor. Lo acompañaba a las grandes tiendas a comprar ropa y zapatos. Le mostró su escuela, la casa de George Raft, el Central Park, el River Side. Gardel le pidió que se disfrazara de canillita para que apareciera en una escena de El día que me quieras. Astor recibió como paga 25 dólares y una fotografía de su fugaz aparición en la película, acompañado por Gardel y el actor Tito Lusiardo.
Astor Piazzolla recordaba que en una oportunidad fueron juntos al restaurante italiano Santa Lucía: “Gardel estaba obsesionado y le faltaba algo: en la cantina no hacían buñuelos. Entonces se me ocurrió una gran idea, invitarlo a comer a mi casa. Mi madre cocinó en su honor... ravioles y buñuelos”.
Gardel les correspondería organizando, en plena Nueva York, un auténtico asado criollo. Ese día sería histórico porque Gardel cantó exclusivamente para sus amigos: “No tuvo más acompañamiento que el de mi bandoneón”.
El 25 de marzo de 1935, desde los estudios de la RCA Victor en Nueva York, Carlos Gardel anunció en una grabación promocional el inicio de una gira latinoamericana. En una carta a sus amigos, confirmó que sería la última por razones de cansancio físico. Tenía razón: sería la última. Lo invitó a Astor para que fuera su invitado como asistente personal, pero su padre se negó por su corta edad. Lo ocurrido en Medellín el 24 de junio de 1935, le dio carácter de videncia a la decisión paterna.