cultura

El marginal que tuvo reconocimiento mundial

Guillermo Roux se formó dibujando historietas, lo que le valió que en un comienzo lo dejaran de lado hasta que ganó reconocimiento internacional.

Interés General

19/12/2025 - 00:00hs

Guillermo Roux nació el 17 de septiembre de 1929 en el barrio porteño de Flores. Hijo del uruguayo Raúl Roux, guionista y dibujante de historietas de gran trayectoria en Argentina, quien trabajaba como ilustrador en la Editorial Dante Quinterno. Por haber ilustrado cuentos o coloreado tapas de “Paturuzú” fue marginado por los artistas “con mayúscula” de la década del 40. Así, proscripto, Guillermo Roux, sin seguir ninguna moda, desde chico manejó la tinta china y los pinceles, respetando el rigor de un oficio con el que se ganó la vida, como su padre.

El dibujo le gustaba tanto que abandonó el colegio en tercer año y con 15 años, en 1944, ingresó como aprendiz y dibujante en la editorial en la que trabajaba su padre. Eso le permitió alquilarse su propio taller en el Pasaje Barolo. Luego ingresó a la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano, de la que egresó en 1948, donde fue alumno de Lorenzo Gigli y Corinto Trezzini.

Además, desde temprana edad, empezó a buscar trabajo, pero no cualquiera sino uno que le permitiera aprender. Su camino individual lo llevó a Italia, donde en un alucinado ejercicio de aprendizaje recorrió la historia del arte copiando, artesanalmente, todos los estilos. Además, restauró frescos, cinceló, grabó: de vuelta se topó otra vez con el sectarismo y se fue a Jujuy, a enseñar a los chicos y a recrear el pasaje con la óptica cubista, abstracta. Después, recalaría en Nueva York, a estudiar el arte contemporáneo. A los 40 años – tras una crisis personal y artística-, llegó la etapa de la reconstrucción de su infancia, del reencuentro con afectividades casi olvidadas, como su mágica relación con sus primeras acuarelas.

En la década de los setenta fue cuando se produjo el reconocimiento y la proyección internacional de Roux. Entre los reconocimientos más importantes que obtuvo está el Primer Premio Internacional de Pintura en la Bienal de San Pablo de 1975 y el Premio Augusto Palanza, otorgado por la Academia Nacional de Bellas Artes en 1979. En 1990 fue designado Académico de Número por la Academia Nacional de Bellas Artes.

Cuando le preguntaron por qué hubo tanto silencio alrededor de su obra, el propio Roux esbozó: “La razón, te la puedo sintetizar, viene desde el origen: siempre fui un marginal. Comencé a dibujar a los 10 años porque me crie al lado de una mesa de dibujo. Y a pesar de que quería ser un pintor bueno, un Miguel Angel, no comencé por la carrera artística. Empecé a rodar por las redacciones”. Toda persona que ilustraba, que hacía historietas o se ganaba la vida con el dibujo en diarios o revistas era considerado como “arte menor” o “comercializado” y no era digno de ser tenido en cuenta. En ese sentido, explicaba Roux, existía una gran barrera entre unos y otros, “y la paradoja es que las historietas terminaron entrando en un museo, como en el Metropolitan de Nueva York”.

Roux era alguien que no existía: no pertenecía a la élite del arte. Y eso lo hizo ser un solitario. Sin embargo, llegó a ser una ventaja crucial, porque lo hizo comprender errores ajenos y desechar caminos falsos: “Por ejemplo, yo veía que las modas pasaban con una rapidez única y que esa élite, lejos de ser constante, era servil a las modas”. Su versatilidad le permitió apelar a distintas formas de expresión: realizó dibujos, acuarelas, témperas y collages.

Asimismo, cuando le preguntaron si el Estado debía ocuparse de proteger a sus artistas, Roux aseguraba conformarse “con que el Estado no prohiba; no pido otra cosa, de lo otro se encarga el pueblo, la sociedad”. En ese sentido, un pintor genial, según él, sería aquel que pudiera expresar en metáfora la realidad argentina: “Hoy nos haría falta un Discépolo”. Roux murió en la Ciudad de Buenos Aires, el 28 de noviembre de 2021, a los 92 años.

Noticias Relacionadas