Una gesta que nació en Berisso y Ensenada, con Eva Duarte recorriendo las barriadas,
para llenar la Plaza de Mayo con un pueblo reclamando por su líder.
El 17 de octubre de 1945 el pueblo entró de prepo en la historia incorporándose al escenario de las decisiones políticas que involucran su destino. Decía Horacio González: “Recordar el 17 de octubre de 1945 es encontrarse con un verdadero hecho histórico, en el sentido de que un hecho histórico está compuesto por su soporte fáctico (lo que realmente ocurrió, lo que los historiadores profesionales investigan) y por todas las versiones que han elaborado sus protagonistas y todos los que de un modo u otro se sienten relacionados con él. Los historiadores existen porque existen las versiones, los mitos y las leyendas”.
Fue una epopeya inesperada, porque el argentino era concebido hasta entonces tal cual lo había radiografiado Raúl Scalabrini Ortiz en su célebre libro El hombre que está solo y espera. Un ser entregado a su vida individual, resignado a padecer la historia en lugar de hacerla. Cuando Juan Domingo Perón fue apresado en la isla Martín García, se gatilló una fibra popular íntima que llevó a los trabajadores a ganar las calles en defensa de quien tantos derechos les había reconocido en la función pública. Desde la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, Perón creó los Tribunales de Trabajo, el Estatuto del Peón Rural, el seguro social obligatorio, el aguinaldo y las vacaciones anuales pagas, las jornadas de trabajo de ocho horas diarias y la indemnización por accidentes laborales.
Juan Domingo Perón estaba entonces en el séptimo piso del Hospital Militar Central, en el departamento del capellán. Aún detenido, le permitían la visita de gremialistas, compañeros de armas que se habían mantenido fieles y algunos radicales dispuestos a acompañarlo. Preparaba el contragolpe. Lo habían aprehendido al alba del 13 de octubre y esa noche la CGT declaró el estado de alerta. El 14 de octubre, la Marina lo mantenía prisionero en la isla Martín García, Perón pidió ser trasladado a su jurisdicción. Creyendo que de esa manera atenuarían el impacto social del encierro, los militares accedieron que se le diese una prisión militar. La huelga general de la CGT estaba prevista para el 18 de octubre, pero los hechos se desencadenaron de manera inusitada, sobrepasando todo cálculo. Esa mañana del 17 de octubre de 1945, un rumor tumultuoso nacía del corazón de los barrios. Los plebeyos estaban decididos a atravesar los límites aceptados; los obreros decidieron no ir a sus trabajos; en las veredas y los zaguanes, se veía a grupos de vecinos fabricando carteles. Se ataban trozos de sábanas a escobas usadas para hacer ondear banderas que reclamaban la libertad de Perón. Antes de las 8, gruesas manifestaciones ya recorrían los suburbios y las zonas fabriles al grito de: “Los que están con Perón / que se vengan al montón”. Los cantos reforzaban una identidad que se afirmaba en esa garganta multitudinaria que anunciaba su presencia, recorriendo Avellaneda, Munro, La Matanza, Villa Martelli, La Boca, Villa Caraza, Saavedra, Villa Devoto, Puente Alsina y, por supuesto, Berisso y Ensenada, que habían sido la forja de esta gigantesca concentración popular que iba al rescate del Coronel del Pueblo.
Un pueblo en marcha
Los peones de los frigoríficos de Berisso y Ensenada recorrían las columnas montados en sus caballos de faena; algunos, llevando en ancas a sus mujeres. Se vivía el clima de fiesta de un pueblo que había desentumecido los músculos dormidos de la autoestima colectiva.
Las autoridades de Avellaneda levantaron los puentes, pero aquel 17 de octubre las aguas del Riachuelo estaban bajas, por lo cual, los manifestantes cruzaron de a pie, arremangándose los pantalones. El cielo estaba cargado, pero la gente sonreía sabiendo que ningún chaparrón puede hacer retroceder a un pueblo en marcha.