CULTURA

El secreto del tango

Es la música argentina con mayor trascendencia en el mundo entero. Sus orígenes están relacionados a la marginalidad y a “la mala vida”.

Interés General

11/02/2024 - 00:00hs

Cerca de seis millones de inmigrantes llegaron a nuestro país entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX. Ese desembarco masivo de europeos, en su mayoría sobre nuestras tierras, trajo consigo esa nostalgia esencial que prepararía el advenimiento del fenómeno musical más original del Río de la Plata: el tango.

Enrique Santos Discépolo, uno de los poetas mayores del tango, dio la definición más entrañable y exacta: “Es un pensamiento triste que se baila”. Un baile que, precisamente, en su hibridez encuentra su originalidad; tiene algo de habanera traída por los marineros, restos de milonga y mucho de música italiana.

Fue el bandoneón el instrumento que dio sello definitivo a la gran creación inconsciente y multitudinaria porteña. Un instrumento que da a la música dramatismo y de cuya profundidad dijo Ernesto Sábato: “A diferencia del sentimentalismo fácil y pintoresco del acordeón, terminaría por separarlo para siempre del firulete divertido y de la herencia candombera”. El bandoneón, arribado a Buenos Aires hacia 1870, emprende su ingreso a los conjuntos del tango con el siglo. Su papel se hizo protagónico y su carrera deslumbrante. Horacio Ferrer, el poeta que hizo dupla imbatible con Astor Piazzolla, señaló: “Con excepción del alemán Arturo Bernstein, nadie hubo en la Guardia Vieja que lo tocara bien. Hasta el famoso Tigre del bandoneón, Eduardo Arlas, no pasó de ser un modestísimo ejecutante frente a Pedro Maffia”.

Cuando la milonga orillera empezó a popularizarse y los almacenes se hicieron escenario de esa música incipiente, tomó relieve la calificación del género, y hasta en los sainetes se citaban con frecuencia tango y milonga. De Eduardo García Lalanne fue la primera milonga que se bailó en un escenario porteño para una revista representada en el teatro Goldoni de Plaza Lorea.

El crecimiento violento y tumultuoso de Buenos Aires; la llegada de millones de seres humanos esperanzados y su casi invariable frustración; la nostalgia de la patria lejana; el resentimiento de los nativos contra la invasión; la sensación de inseguridad y de fragilidad en un mundo que se transformaba vertiginosamente; el no encontrar un sentido seguro a la existencia; la falta de jerarquías absolutas; todo eso se manifiesta en la metafísica tanguera y le da su identidad más verdadera. Según Horacio Ferrer: “El sabor del tango está; no se crea, no se fabrica, se presiente. Y por esto el tango no es ni una obra, ni un hombre, ni un instrumento ni siquiera es una notación musical”.

Muchos intelectuales fascinados por el tango meditaron sobre sus implicancias. El norteamericano Waldo Frank en sus Meditaciones suramericanas, señalando los orígenes marginales del tango, dijo: “Toda la vastedad, toda la melancolía y toda la pasión sin orillas e incapaz de solución de la Argentina se vertieron pronto en el baile nacional del argentino actual, que nació en arrabales equívocos”. El célebre pediatra y escritor Florencio Escardó sostuvo: “El tango es la canción folklórica de la ciudad en cuanto expresa, de una manera involuntaria pero bien significativa, algo profundo, trascendental y permanente del alma de la ciudad misma”. Alfonsina Storni también se refirió al tango, pese a que en su época esa música era un coto dominado por los hombres y dijo: “Si el tango no tiene jerarquía artística de peso, en el triángulo sudamericano que corre desde la línea dada por la altura de Misiones hasta Tierra del Fuego, es un fermento racial que ha encontrado ya una definición precisa”. Raúl Scalabrini Ortiz, atento a todas las expresiones, tanto populares como artísticas, señalaba que el fenómeno del tango solo se entiende en relación con el pueblo. “El pueblo es voluntarioso. Se le ocurrió bailar el tango y cantarlo e hizo de él una música internacional, a pesar de la oposición de los diarios que hablaron de música canalla”, explicó. Jorge Luis Borges, capaz de dislates sin nombre cuando se refería a lo popular, a veces daba en el blanco como nadie. “El tango puede discutirse y lo discutimos, pero encierra, como todo lo verdadero, un secreto”, afirmó.

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