CULTURA

Isidoro Blaisten, el arte de ser fiel a uno mismo

Estaba convencido de que el lenguaje es el arma más poderosa inventada por la humanidad, y valiéndose de él escribió libros inolvidables como Dublín al sur o Cerrado por melancolía.

Parecía tan porteño como Carlos Gardel, aunque nació en Concordia el 12 de enero de 1933, y uno de sus mayores orgullos era figurar en la Guía de Entre Ríos con la frase “los inquietantes relatos de Isidoro Blaisten”. Su oficio más longevo fue vender libros en el barrio de Boedo para subsistir, aunque no mucho porque su capacidad para vender era apenas una intención que naufragaba entre la timidez y el silencio. Como los escritores imperfectos o, mejor, que se salen de la norma, nunca se preocupó por ser conocido. Es decir, nunca buscó promoción y el hecho de no tener compromisos, de no contemplar impaciente el jardín de la fama, le permitió algo tan simple como imperdonable: decir siempre lo que pensaba.

La felicidad fue su primer cuento publicado, en 1969. Por esa época, su madre solía decirle: “Donde te quieren ve poco, donde no te quieren no vayas nada”. De chico supo de la existencia de “una doble realidad”. Eso lo descubrió cuando a un tío abogado lo vio en un colectivo peleándose por diez centavos. Lo confirmó cuando un amigo de su padre compró un restaurante: por afuera, mesas bien arregladas y mozos pulcros; pero en la cocina algo que los comensales no quisieran jamás enterarse. Esa simultaneidad de realidades lo fascinaba, y pensó que la literatura es una manera de entrar en esos mundos por la puerta de atrás.

Como si quisiera aferrar al mundo por las solapas, toda su vida deseó ser pintor, pues creía firmemente que la primera manifestación –y la menos impuesta– del hombre es la pintura. Un niño necesita aprender el lenguaje; el dibujo es espontáneo. Pero un día se encontró escribiendo poesía, y luego incursionando en los cuentos. Durante mucho tiempo no se la leía a nadie, pero seguía considerando la poesía como la quintaesencia de la literatura, y al humor como la verdadera aristocracia del alma. Por eso se había grabado a fuego una frase de Julio Cortázar que decía que la sintaxis es un estado del alma. Para él, existía una especie de categoría que rige todas las cosas, y es la poesía: “Cuando uno ve a una mujer hermosa, dice es un poema, no dice es un entremés, es un cemento patinado, una comedia breve o una técnica mixta, y para mí es el máximo común denominador de todas las cosas”.

Isidoro Blaisten era socio de Mario Jorge de Lellis, un gran poeta popular con mucho sentido del humor y del rigor, y a quien le pasaban cosas muy extrañas que concitaban a la magia. Tenían una oficina de fotocopias sobre la calle Florida en la que nunca entendían lo que estaban haciendo. Una vez compraron un mimeógrafo y un cliente les había encargado un trabajo de 200 circulares, en una hoja timbrada, en papel de hilo. Lo arruinaron todo y no consiguieron hacerle una copia. Cada vez les pedía más y ambos mandaban a una empleada –Nira Etchenique, también escritora– a pronunciar el mismo discurso: “Las primeras veinte salieron mal”, hasta que Nira se declaró en rebeldía y nunca regresó. Ese cliente dejó de serlo y les quitó para siempre el saludo.

En ese momento, De Lellis dirigía una revista que se llamaba Ventana de Buenos Aires, una publicación literaria que solo llegaría a sacar 14 números y donde convergían jóvenes poetas y, según recordaba Isidoro, “señoras maduras a punto de suicidarse con un poema en la mano”. Asimismo, Blaisten señalaba que su amigo las recibía, las escuchaba con cara de serio, leía los poemas, que eran espantosos, y les decía: “Tiene cosas”; aunque sin especificar nunca qué “cosas”. No obstante, Isidoro, pese a tener todas las posibilidades, solo publicó un poema, bajo el seudónimo de Lisandro Moreno: “Solo publiqué uno por respeto a la poesía”. Ese fue su inicio absoluto; luego De Lellis le insistiría para que publicase Sucedió en la lluvia, e hizo una especie de prólogo solapa.

El autor de Dublín al sur formó parte de “la muchachada”, como le gustaba llamar a él a su grupo de amigos, Vicente Battista, Bernardo Jobson, Abelardo Castillo, Liliana Heker, con los que se reunía en el Café de los Angelitos, sede de emblemáticas reuniones literarias: “Venía un fulano, sacaba un cuento, lo leía, y lo discutíamos calurosamente. El autor se iba y nosotros la seguíamos. Después nos preguntábamos: ¿Y ese quién era?”.

Víctima de una afección pulmonar, y al poco tiempo de publicar su única novela, Voces en la noche, Isidoro Blaisten murió el 28 de agosto de 2004.

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