CULTURA

Cuando en la televisión argentina se veían obras de Shakespeare

Hace 60 años, en el horario televisivo de mayor audiencia se podía ver en nuestro país Hamlet, interpretado por Alfredo Alcón, y el rating trepaba hasta las nubes.

El viernes 18 de septiembre de 1964, Hamlet llegó al canal 13 de Buenos Aires. Tenía puesto un pulóver porque era una tarde fría. Una productora sonriente se le acercó para saludarlo: “Hola, Alfredo”. Hamlet la miró, ligeramente desconcertado, hasta que recordó quién era: “Hola, querida”, la saludó, dándole un beso. Luego, Alfredo Alcón entró a su camarín para recuperar ese personaje que traía puesto desde su casa.

No era una grabación cualquiera, se trataba del estreno de Hamlet en la televisión argentina. Los directivos del canal de la calle Lima consideraban que se trataba de “una de las empresas culturales más riesgosas que se hayan intentado este año en la Argentina”. Fueron meses de discusiones y tratativas, de preparativos y extenuantes ensayos, la famosa duda shakespeariana planteada en la obra –“ser o no ser”– se había traspuesto a la mesa de dirección del canal: “Emitir o no emitir”. La pregunta era: ¿una tragedia escrita en 1603 puede conmover a los televidentes 360 años después? La discusión no solo se saldó afirmativamente, sino que se decidió que la obra iría en el horario central de la noche y un viernes. La duración del programa fue de 113 minutos y 38 segundos de transmisión (dos horas completas, incluyendo la publicidad) . El veredicto del público fue contundente: fue el programa más visto en esa franja horaria.

El preestreno se hizo dos semanas antes. Dos centenares de invitados especiales pudieron contemplar en el vasto estudio principal del canal, en penumbras, la maqueta de la escenografía asaeteada por vigorosos reflectores. En los afiches, curiosamente hechos por un diseñador llamado Ronald Shakespear, Alfredo Alcón se destaca como una cruz de tinta china sobre un esfumado cráneo –en un primer boceto, el actor aparecía sosteniendo en una mano su propia cabeza y ostentando sobre el cuello la calavera de Yorick, pero al canal le pareció demasiado inquietante–.

El director de esta adaptación televisiva fue David Stivel, quien por entonces tenía 33 años, y cinco años después sería el responsable de uno de los ciclos más célebres de la historia de la televisión argentina, Cosa juzgada. “Seguramente, si Shakes­peare tuviera que escribir su Hamlet hoy, utilizaría otras formas”, aseguraba ­Stivel , quien asumió el riesgo de llevar un clásico a un medio donde prima la ramplonería y trasladar la furiosa esencia poética de una obra de Shakespeare a moldes contemporáneos. El procedimiento elegido por el director fue despojar al texto de sus connotaciones temporales y traducirlo a una obra que pudiera transcurrir en cualquier tiempo y lugar. El procedimiento no era nuevo: a fines de la década del 30, Alec Guinness había hecho en Londres un Hamlet con ropas y decorados que evocaban vagamente la Alemania hitlerista; y John Gielgud había dirigido en Nueva York una versión en la que Richard Burton encarnaba a un Hamlet en pantalón y camisa sport.

La filmación se hizo a cinco cámaras –una de ellas dotada de zoom, una auténtica rareza para la época–, con abundantes primeros planos y una rigurosa selección de encuadres. Hubo algunas licencias que se permitió el director. En un sueño que tuvo David Stivel, obsesionado por la obra, imaginó a Hamlet planteándose el dilema de “ser o no ser” en postura de crucificado, y así lo mostró en imágenes, convencido de que de esa manera la escena causaría un mayor efecto visual.

En lo que coincidieron todos, público y críticos, fue en la excelencia del trabajo de Alfredo Alcón, sin par en la televisión argentina, exhibiendo en su personaje una pura voluntad tendida hacia la venganza, crispada sobre una verdad que solo puede resolverse en el crimen o la locura. Fueron parte del elenco Violeta Antier, Ernesto Bianco, Pepe Soriano, Jorge Rivera López, Bárbara Mujica y Juan Carlos Gené.

El estreno televisivo de la obra fue entendido como una conquista. A 12 años de inaugurada la televisión en la Argentina, la puesta en pantalla de Hamlet se saludó como un índice de madurez, el más alto registrado hasta entonces por un medio acostumbrado a trabajar con las manos atadas por la rutina. Muchos creyeron ingenuamente que era un avance irreversible: el apoyo de los televidentes mostraba que ese tipo de programas respondía a una necesidad hasta entonces insatisfecha. ¿Tanto cambiaron los televidentes o fue la propia televisión la que los hizo cambiar?

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