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Graham Greene en Argentina

El gran escritor británico estuvo en dos oportunidades en nuestro país, donde tuvo un muy curioso encuentro con Jorge Luis Borges.

Interés General

27/11/2024 - 00:00hs

Estuvo dos veces en Buenos Aires: en julio de 1968 y en abril de 1970. Más que paisajes quiso conocer gente. Sus temas literarios preferidos eran Dios, el pecado y la trascendencia. Le gustaba ver la postura que, consciente o inconscientemente, cada una de las personas que iba conociendo tenía sobre esos temas.

Admiraba profundamente a Jorge Luis Borges, por eso lamentaba que el escritor argentino hubiera dedicado a Richard Nixon su traducción de Walt Whitman. Se conocieron en el primer viaje de Greene, cuando Victoria Ocampo los invitó a comer a ambos. Le pidió que lo pasara a buscar por la Biblioteca Nacional, para que lo acompañara al piso en que vivía Ocampo. Casi en el momento mismo en que se cerraron tras de ellos las puertas de la Biblioteca Nacional, comenzaron a hablar de literatura. Borges habló de la influencia que G. K. Chesterton había tenido en su obra, así como de la influencia que Robert Louis Stevenson tuvo en sus últimos cuentos. Dijo que la prosa de Stevenson había supuesto una enorme influencia. Entonces Greene aportó que Robert Louis Stevenson había escrito como mínimo un buen poema, un poema acerca de sus antepasados. Sus antepasados habían construido los grandes faros de la costa de Escocia, y Greene sabía que los antepasados era en general un tema de especial interés para Borges. Estaban en una calle de Buenos Aires muy ruidosa, llena de gente. Borges se detuvo en el borde de la acera y le recitó el poema entero, palabra a palabra, a la perfección.

Después del almuerzo, Borges se sentó en un sofá y citó al pie de la letra largos fragmentos de la literatura anglosajona antigua. Graham Greene recordaba haberle mirado a los ojos mientras recitaba, y se asombró la expresión de aquellos ojos ciegos: “ No parecían ciegos en absoluto. Daba la impresión de que estuvieran mirando a su interior de manera muy curiosa, y denotaban una gran nobleza”.

Para Graham Greene, Borges habla por todos los escritores. En sus libros, una y otra vez encontraba quepodían resumir la experiencia de cualquier escritor. En particular, las siguientes palabras: “No escribo para una selecta minoría, término que para mí no significa nada, ni escribo para esa adulada entidad platónica que llamamos “las masas”. No creo en ninguna de las dos abstracciones, tan caras para el demagogo. Escribo para mí y para mis amigos, y escribo para aplacar el paso del tiempo”. Si bien se vieron apenas un par de veces, Graham Greene se sentía muy próximo al escritor argentino.

Graham Greene había nacido en 1904, estudió en una escuela en la cual su padre era director, y luego en la Universidad de Oxford, donde se graduó en 1926. A los doce años escribió la primera página de una novela sobre Bonnie Prince Charlie. La primera obra que terminó fue de teatro. La escribió a los 17 años, fue una pieza aceptada por una compañía productora. Nunca se representó: la compañía quebró antes de ponerla en cartel.Su primera obra apareció en 1925, fue el libro de poemas “Abril murmurante”. Trabajó en la Compañía Inglesa de Tabacos. Poco después de graduarse, lo nombraron subdirector de The Times –desempeñó esa función hasta 1930-, se casó y se convirtió al catolicismo. Tenía entonces 22 años, y ya sabía que el alma humana no es un cuento de hadas. Indagó en ese misterio a través de la literatura. Tuvo durante muchos años, otra ocupación: ser miembro de los servicios secretos británicos.

Graham Greene también respetaba a otro escritor argentino, Ernesto Sábato. Dijo sobre “El túnel”, la primera novela del escritor argentino: “Tengo gran admiración por El túnel, por su magnífico análisis psicológico. No puedo decir que lo haya leído con placer, pero sí con absoluta absorción”.

Escribía 500 palabras diarias durante cinco de los siete días de la semana. Nunca quebraba ese ritmo, esa entrega fervorosa. Cuando estuvo en nuestro país, mantuvo esa costumbre. Sus requerimientos para empezar la mañana eran una máquina de escribir y una botella de whisky.

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