La ANMAT prohibió la venta de un aceite de oliva falsificado
Se presentaban irregularidades en los envases y en los etiquetados de las botellas.
Romance del vapor y el humo es la obra que acaba de publicar el escritor platense, en la que se van entrecruzando distintas historias entre el amor y la muerte.
15/12/2021 - 00:00hs
Jorge Goyeneche es autor de Toda la delantera en orsái, Semblantes de bestias, Almirante de sal, La cosa se complica y Mapa físico, entre otros libros, que recibieron, por ejemplo, el premio Aurora Venturini y el premio Instituto Cultural de Puerto Rico. En Romance del vapor y el humo vuelve a mostrar la personalidad de su escritura y su aguda capacidad de observación.
—¿Cómo sintetizarías la trama de la novela?
—Un grupo de estudiantes de cine registra desde un dron una esquina céntrica de Buenos Aires. Hay una manifestación, corte de la avenida, gomas quemadas humeando, y mucha gente de a pie. Se destacan en la multitud tres escenas: un muchacho con gorro verde que es atropellado por una repartidora en bicicleta, un hombre con bonete rojo que practica un extraño juego grupal y un hombre mayor pelado que entra en el sex shop. El crudo de la grabación es la realidad, cualquier realidad repleta de información, y el producto del corto video final es el resultado de la selección que hacemos los artistas. Un relato caprichoso que puede ser más verdadero que lo ocurrido.
—La realidad argentina está presente como escenario de la historia, con un marco socialmente conflictivo.
—¿Hubo momentos no conflictivos? La vida en sociedad está siempre sujeta a turbulencias de distinta índole, acá en nuestro país casi siempre giran en torno a las injusticias, la violencia de arriba y de al lado, las grandes movidas fueron por protestas salariales o por asesinatos. Como si estuviéramos inmersos en una guerra interminable, no declarada, casi invisible pero constante: acopiar comida cuando se puede, mirar a todos lados con precaución o temor, escondernos, asomarnos de la trinchera.
—A veinte años de los hechos del 2001, ¿qué recuerdos tenés de esos momentos, y cuál es la reflexión que te inspiran a la distancia?
—Fueron episodios prácticamente televisivos. Fui a 7 y 50 a gritar que el estado de sitio se lo metieran en el culo, pero luego la espuma social amenguó demasiado rápido, quedaron los padecimientos cotidianos por la falta de trabajo, el retroceso, la intemperie. La profunda crisis nos sumergió en la preocupación casi individual. Cuando estás acosado por el hambre y el miedo te retraés, apoyás la espalda en un árbol y desplegás las garras defensivas. De a poco vas reestableciendo contactos y reagrupándote en pequeñas comunidades como tribus donde intercambiás trabajo e ideas, pero con resquemor, casi con desconfianza, como el perro que ha sido apaleado. El descreimiento es muy destructor de la trama social. “Que se vayan todos” es una generalización comprensible, pero en el fondo dañina. Porque te sumerge en el individualismo.
—Hay una dialéctica entre humo y vapor, una confrontación o diálogo de la que tu libro da cuenta.
—El vapor y el humo se asemejan, pero solo en apariencia. El primero es un proceso físico, el agua sigue siendo agua en otro estado: líquido, vapor, hielo. En cambio el humo es desintegración, lo que se quema se hace carbono, quedan partículas como las cenizas, los restos. Me llamó la atención aprender esto, que dos cosas tan cercanas, tan visiblemente parientes, tengan una diferencia radical. Algo raro para alguien que sabe tan poco de ciencia como yo es que con un fondo negro el humo puede fotografiarse y el vapor no. No sale en la foto porque no hay partículas que reflejen la luz. Los vi trenzarse, como cuento en algún episodio de la novela, y me pareció metáfora de lo erótico y lo tanático, esas pulsiones de la vida y la muerte que acarreamos los humanos y que van tan unidas.
—La novela fue escrita durante la pandemia. ¿Cómo fue la experiencia de escribir en ese paréntesis forzoso e inesperado?
—Sí. No tengo demasiada vida social, salvo los afectos más íntimos, como mis hijos, mi hermano, casi nadie más. Pero el hecho de no poder verlos, darles un abrazo, fue angustiante. El contacto por teléfono o Zoom no reemplaza el contacto físico, es obvio. Y ahí está de nuevo la metáfora del vapor y el humo. De todos modos, estoy bastante acostumbrado a la escritura entre paréntesis. El artista se nutre de su percepción, sea de la multitud o del desierto. La experiencia de la pandemia, especialmente de la cuarentena, es decir el encierro, agrega una dosis de incertidumbre, pero estoy acostumbrado a esperar naufragios más que islas fantásticas.