cultura

Julio de Caro: el músico que cambió la historia del tango

Renovó el género explorando todas sus posibilidades. Su vida está llena de aristas poco conocidas.

Interés General

31/07/2022 - 00:00hs

Julio de Caro nació el 11 de diciembre de 1901 en una casona del barrio de Balvanera. Tuvo una vida larga e intensa, llena de éxitos profesionales. En 1924, constituyó su sexteto e inició una profunda renovación del tango. Hasta entonces, el género -surgido en el seno de las clases populares rioplatenses- había consistido en una melodía sencilla, instrumental o vocal, y un acompañamiento rudimentario. La creación musical tomó para él la densidad de las cosas profundas. A pesar de que, durante los años 20 y 30, el tango tuvo un desarrollo espectacular con Anselmo Aieta, Osvaldo Fresedo y Juan D´Arienzo; fue De Caro el primero en presentar una novedosa formación instrumental, compuesta por dos violines, dos bandoneones, piano y contrabajo.

No obstante, fue capaz de conservar la esencia del tango arrabalero y lúdico de los pioneros, y elevarlo con una expresividad melancólica ignorada hasta entonces. Sobre todo, transformó la concepción musical a través de la incorporación de recursos armónicos y el contrapunto: acordes, contracantos, variaciones. Acaso uno de sus mayores aportes fue haber desarrollado el “arreglo”, fijado por escrito en la partitura, que aplicó tanto a sus propias obras como a los tangos clásicos de su repertorio; de modo que cada instrumento resignificara su base rítmica.

Los méritos renovadores de Julio de Caro se compartieron con su hermano Francisco, excelso pianista, y los bandoneonistas Pedro Maffia y Pedro Laurenz. Su impronta fue tan original que luego se habló de “decarismo” o “guardia nueva”, una corriente que heredaron músicos de la talla de Aníbal Troilo, Osvaldo Pugliese y Horacio Salgán, entre otros. Julio fue el segundo de 12 hermanos; y fue su padre, don José de Caro, quien lo introdujo en la música, iniciándolo en los estudios a los ocho años: “Nunca tuve otra profesión que la de músico —afirmó De Caro, en una entrevista—, y ya es tarde para cambiar de oficio, suponiendo que yo sirviera para otra cosa. Y aunque sirviera, no es fácil que llegue a manejar otras herramientas que mi violín y mi batuta”.

No perdía ocasión de insistir en que para hacer bien alguna actividad, había que dedicarse exclusivamente a ella. Precisamente todos sus esfuerzos tendieron a evidenciar las posibilidades musicales del tango. Su padre era profesor de música y había sido director del conservatorio de Milán. Cuando regresó a Buenos Aires, instaló un conservatorio que llevó su nombre y por allí pasaron varias generaciones de músicos argentinos. Julio fue alumno de su padre, pero no de su conservatorio: recibía lecciones particulares. Su padre fue su primer maestro, pero no el único. Aunque su familia hubiera querido hacer de él un doctor, Julio prefirió concretarse en ser músico: “Cada cual debe dedicarse a lo suyo, y no se puede dar el paso más largo que la pierna”. Lo curioso es que su formación musical se ajustó estrictamente a los cánones, pero Julio no se limitaba a repetir las notas que había aprendido, sino que al reproducirlas trataba de ajustarlas a su estilo y a su técnica personal de instrumentista. En ese sentido, reconoció que su deseo era que los conocimientos que adquiría en el conservatorio se amoldaran a las emociones que había recibido en la calle a través del tango.

Después de haber tocado durante mucho tiempo en privado -sobre todo, porque tenía que esconderse de su padre, que no quería saber nada con los tangos ni los milongueros-, tocó para sus amigos del barrio. Entre ellos, había uno que se llamaba Ferrari, y que fue su “primer hincha”. El día que estrenó sus primeros pantalones largos, sus amigos resolvieron agasajarlo y lo llevaron al Palais de Glace. Allí tocaba la orquesta de Roberto Firpo. Su amigos, que con toda premeditación eligieron una mesa próxima a la orquesta, empezaron a gritar, con Ferrari a la cabeza: “¡Que toque el pibe! ¡Que toque el pibe!”, señalando a Julio de Caro. Firpo le ofreció entonces un violín al “pibe” y le preguntó qué tango quería tocar. De Caro eligió La cumparsita. Sólo tenía 16 años, pero todos sus miedos estaban definitivamente vencidos.

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