cultura

La fuerza misteriosa de la poesía

Héctor Viel Temperley sigue siendo un poeta de culto, con una circulación casi secreta, dueño de un estilo que muchos poetas actuales han hecho propio.

Decía que se encontraba con su poesía cuando no sabía cómo hacerla. Nacido en Buenos Aires en 1933, con su primer libro, a los 23 años, obtuvo la Faja de Honor de la SADE. Entre ese libro y el último volaron 30 años. Supo convertirse en uno de los poetas argentinos de más destacada originalidad, conjugando en su obra la mística de índole cristiana con un imponente vitalismo que atraviesa el conjunto de sus títulos. Sin embargo, fue necesario que pasara mucho tiempo para que el mainstream literario aceptara su obra.

Su entrega a la poesía comenzó tempranamente: a los 15 años, cuando realizaba sus estudios secundarios en el colegio Champagnat, de la capital porteña, principió a intentar sus primeros versos. Al dejar las aulas colaboró muy brevemente en el diario Crónica, una labor que dejaría de lado para consagrarse a la publicidad, profesión que por aquel entonces –en la década de los ’50- no poseía ni la importancia ni la magnitud lucrativa que alcanzaría en épocas posteriores.

Su producción poética se tradujo en dos etapas: la primera iniciada en 1956, a los 26 años de su edad, con la publicación de “Poemas con caballos”. Una etapa que abarca hasta la edición de “Humanae vita mia”, producida trece años más tarde e incluye “El nadador”, de 1967. Se trata de una fase donde las evocaciones y los sentidos religiosos de índole cristiana comienzan a ser reelaborados por el poeta argentino de un modo particularísimo que signará toda su poética posterior, al tiempo que combinados con un vitalismo extremo donde la apelación a los escenarios rurales propios de su infancia, el universo de las sensaciones propias del contacto con la naturaleza y el pathos interior

La segunda etapa de la producción de Héctor Viel Temperley lo muestra liberado de algunos moldes adoptados en la fase anterior, y cultor de un discurso definitivamente más amplio y rico en imágenes, indicios e invitaciones polisémicas, al tiempo que el fuerte registro autorreferencial y biográfico –siempre como alusión a la condición humana compartida- se exacerba y toma su lugar lo mejor de su elaboración poética, particularmente en “Legión Extranjera” (1978), “Crawl” (1982) y “Hospital Británico” (1986).

Juan Forn afirma que el primero que tomó a Viel en serio fue otro poeta, Enrique Molina, que lo vio literalmente como un igual (nómade, amante del mar, vitalista ciento uno por ciento). No obstante, hay que reconocerle a Fogwill el inicio del culto: en gran medida gracias a él que hay por lo menos dos generaciones de jóvenes que idolatran a Viel por “Hospital Británico”, ese libro agónico que le dictó su madre muerta a la luz del quirófano mientras un cirujano le abría el cráneo con una sierra eléctrica, ese libro que Viel completó con frases de sus libros anterior.

A propósito de este último libro, Biviana Hernández detalla: ”Se trata de un poema-largo o en prosa que reúne una selección de fragmentos provenientes de la crónica personal del dolor y la enfermedad que el escritor padeciera en el Hospital Británico de Buenos Aires producto de un tumor cerebral”.

A pesar de las frecuentes invitaciones y sugerencias de los colegas y amigos del autor, este se negaba a participar de encuentros literarios y lecturas, actitud muy poco común y que extendió a otra elección muy personal: jamás se interesó por presentar en público ninguno de los nueve poemarios que publicó. Escribía, oraba y hacía ejercicios físicos a diario. Decía que era necesario mantener una vida disciplinada en mente y cuerpo para acceder al mundo de las palabras. Con posterioridad a su muerte se han renovado una y otra vez las reediciones de sus obras, y de igual manera los estudios y las monografías a ella dedicados. El canon que en vida se mostró tan esquivo con él, tuvo que rendirse finalmente ante la evidencia de que el suyo es un nombre insoslayable de la poesía argentina.

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