CULTURA
La historia del hombre elefante
Padecía una enfermedad genética por la cual muchos lo consideraban un “monstruo”, y cuya vida fue llevada al cine. Era un hombre de gran intelecto y fina sensibilidad.
Joseph Merrick era más inteligente que la media, educado y de gran amabilidad. Pero esas virtudes no bastaban para quebrar el aislamiento al que lo condenó la broma pesada que le gastó su cuerpo a partir del primer año y medio de vida. Había nacido en Leicester, Inglaterra, el 5 de agosto de 1862. Tenía dieciocho meses cuando la madre, al bañarlo, advirtió en cuerpo algunas pequeñas verrugas. A partir de allí comenzó el crecimiento masivo y desproporcionados de huesos y tejidos, acompañados de tumores. Padecía lo que la ciencia –recién en 1979- llamaría síndrome de Proteus. Ya nada sería lo mismo. Había nacido el hombre elefante.
Su propia familia fue la primera que comenzó a segregarlo, lo apartó de su seno y lo condenó a convertirse en atracción de feria. Su madre murió siendo él muy chico, y el padre volvió a casarse con una mujer que tenía hijos que no dejaron de hostigarlo durante toda la infancia. Iba de barraca en barraca en busca de algún lugar donde se lo tratara con un mínimo de humanidad. Buscaba afanosamente algún trabajo. Nadie quería contratarlo, ni siquiera con un sueldo de esclavitud. Consiguió un empleo en una fábrica de cigarros, pero duró poco porque su mano derecha era tan grande y pesada que no podía manipular el tabaco.
En las calles iba seguido por grupos de chicos que reían y le tiraban cosas. A su paso, se formaban corrillos que lo miraban indiscretamente entre murmullos. Cuando ya no pudo aguantar más tanta humillación, decidió internarse en un hospital y que la ciencia experimentara con él lo que quisiera con tal de salvarlo de tanto oprobio. Le extirparon una protuberancia en su labio superior, y un tumor en la nariz. Pero el destino estaba escrito: seguía siendo “el hombre elefante”.
Sin plata ni compañía, vivía en la calle. No tenía otra compañía que la de algunos perros, tan apaleados y hambrientos como él. El azar quiso que un día se cruzara con Sam Torr, el dueño de un famoso circo de la época. Le ofrecieron alojamiento, comido, una paga escasa –pero paga al fin- y sobre todo, el mismo trato que se dispensaba a todas las atracciones del espectáculo. En los folletos del circo cada artista se autodescribía, Merrick lo hizo así: " Mi cabeza mide ochenta y ocho centímetros de circunferencia y tengo una amplia masa carnosa en la parte de atrás, grande como un tazón. La otra parte parece, digamos, valles y montañas, todos amontonados, mientras que mi cara tiene un aspecto que nadie quisiera describir . Mi mano derecha posee casi el tamaño y la forma de una pata de elefante. El otro brazo y mano no son mayores que los de un niño de diez años, y están algo deformados ..."
La enfermedad de Joseph Merrick nunca se detuvo, su cabeza alcanzó un peso tal que llegó un momento en que ya no la pudo mantener erguida. El 11 de abril de 1890, murió como consecuencia de un dislocamiento cervical y asfixia provocada por el peso de su cráneo sobre la tráquea. Tenía 27 años.
En 1980 se estrenó la película en la que David Lynch cuenta la historia de Merrick. Anthony Hopkins y John Hurt, encarnan los papeles principales. Tuvo ocho candidaturas al Oscar, y puso sobre el tapete la historia de un hombre condenado a la soledad y el ultraje de quienes, por no tener la misma apariencia física, decidieron que no era un semejante.
La escritora española, Patricia Erlés, muchos años después confesaría: “Le escribía cartas en blanco y negro y sufría porque nadie entendía su cara de nube, porque nadie más que yo cerraba los ojos y sabía ver en el atormentado cráneo de Jack Merrick un mapa, un paisaje de acantilado inglés oculto tras la niebla”. E imaginaba a Merric en la barraca del circo, con su mano de animal rasgando el sobre y leyendo la carta a la luz de una vela: “Jack Merrick lloraría salvajemente sobre mis letras heridas , avergonzado de aquel horroroso llanto de mamut, vestido aún con su traje oscuro, calzado con los botines lustrosos de médico y sentado sobre la paja seca recién cambiada por su amo”.