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Entre las 9 y las 14.
Fue víctima de un grupo de tareas de la ESMA, a plena luz del día, y después de haber despachado en un buzón su histórica Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar.
31/01/2024 - 00:00hs
Le gustaba mirar el cielo para ubicar las constelaciones y dibujarlas con el dedo. La noche del 24 de marzo de 1977, después de haber escrito la “Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar”, Rodolfo Walsh con su compañera Lilia Ferreyra, salieron al jardín de su casa de San Vicente y, alzando la vista, repitió ese rito. Luego, mirándolos altos eucaliptus y el antiguo laurel, dijo, recordando el campo en el que vivió su infancia: “Quisiera plantar una doble hilera de álamos plateados desde la entrada a la casa. Cuando el viento mueve las hojas, suenan como lluvia fina”.
Tenían una huerta y planeaban hacer un gallinero. El terreno daba para el autoabastecimiento. Fantaseaban con producir azafrán. El terreno tenía un aljibe de ladrillo con doble arco de hierro oxidado. Cuando en diciembre de 1976 llegaron a la casa estaba seco, Walsh había comenzado a recuperarlo. Él mismo había limpiado el terreno con una guadaña. Apoyada en el tronco del laurel tenía una estaca para destruir hormigueros. Había leído sobre ranchos invadidos por ejércitos de hormigas que obligaban a los gauchos a abandonarlos, convirtiéndose en taperas. Por las noches, seguía a las hormigas con un farol de querosén para descubrir adónde llevaban su carga.
Entre las lechugas y el aljibe, planeaba cavar un túnel para huir en caso de que los rodeara un cerco represivo. Para que los vecinos no sospecharan, iba a montar un galponcito, pegado a una pared de la casa, para camuflar el lugar donde empezarían a cavar.
A fines de 1976, convencido de que la derrota militar de Montoneros era irreversible, Rodolfo Walsh había planteado a sus compañeros la necesidad de un repliegue para evitar el aniquilamiento. Lilia Ferreyra dijo: “No se trataba de darse por vencido sino de reencauzar la lucha por otras vías. Aunque sus propuestas caen en el vacío, Rodolfo empieza a preparar nuestro propio repliegue sin abandonar su lugar en la organización”.
Como necesitaba vivir cerca del agua, Walsh propuso ir a vivir cerca de la laguna de San Vicente. Iba a ser la primera estación en el largo camino de regreso hacia el sur. Había nacido en 1927 en Choele Choel -Río Negro- donde su padre había sido mayordomo de una estancia. En la quinta de San Vicente no había luz eléctrica, ni agua corriente ni gas. Allí empezó a escribir una suerte de Memorias, que reunía textos sobre su relación con la literatura, la política, las mujeres y la infancia.
Fue en La Plata donde su vida dio un giro decisivo, porque fue aquí que se enteró de los fusilamientos de José León Suarez, comprendiendo que además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior. Renuncia a la torre de marfil y empieza a investigar los crímenes de la Revolución Libertadora. En 1964 decidí que de todos los oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más le convenía. Fue uno de los creadores del periódico de la CGT de los Argentinos donde escribió: “El campo del intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante, y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra”. Buscaba conciliar su trabajo político con su trabajo de artista, sin renunciar a ninguno de los dos. En un reportaje que hacia finales de los 60 le hace Ricardo Piglia, dice: “Hoy es imposible en la Argentina hacer literatura desvinculada de la política”.
El 25 de marzo de 1977, después de dejar en un buzón cinco copias de su Carta Abierta, un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada lo emboscó en Buenos Aires, en el cruce de las calles San Juan y Entre Ríos.
Guillermo Saccomano dice que Rodolfo Walsh reúne todos los atributos para ingresar al panteón de los próceres bellos y al almidón de los manuales escolares. Pero hay una trampa en santificarlo: “Su lectura puede volverse aséptica. Estoy convencido: aunque no pueda aislarse de su militancia, su literatura es infinitamente más poderosa. La prueba es su vigencia. La calidad de su escritura es invencible. Sus enemigos, no tanto.”