El pasado viernes se inauguró en la ciudad estadounidense un parque público flotante sobre el
río Hudson, que costó 260 millones de dólares.
En el proceso de la salida de las restricciones, Estados Unidos presentó un nuevo foco de atracción turístico en Manhattan: Little Island, una isla flotante en las orillas del río Hudson.
Se trata de un parque cuya extensión, casi una hectárea, no es plana, sino que está poblada de colinas, rampas y escalones. El parque viene a revitalizar un muelle que fue devastado por el huracán Sandy en 2013 y que tiene un fuerte componente histórico, ya que a principios del siglo pasado fue la terminal que acogió a los supervivientes del Titanic y décadas después fue un vibrante foco musical y de la comunidad LGBT, antes de entrar en declive.
Sobre 132 enormes tulipanes de cemento sostenidos por pilares, Little Island cuenta con muchos espacios verdes e inéditas vistas del sur de Manhattan y Nueva Jersey.
Cuenta con 350 especies de flores, árboles y arbustos repartidos entre colinas y explanadas verdes con vistas a Manhattan, a las que se añade una plaza con food trucks y un anfiteatro con vistas al atardecer que estrenará programación en junio.
El diseño ha corrido a cargo del arquitecto británico Thomas Heatherwick, creador de la polémica escultura turística The vessel, una compleja escalera en espiral de brillos metalizados y 45 metros de altura que conduce a ninguna parte en el centro del lujoso y cercano barrio de Hudson Yards.
Problemas por el impacto ambiental
El proyecto enfrentó problemas legales por su impacto ambiental sobre el ecosistema acuático y por una supuesta falta de transparencia, alegados especialmente por el magnate Douglas Durst, desarrollador de varios conocidos rascacielos neoyorquinos y que generó titulares sobre una batalla de titanes.
Sin embargo, el presidente del conglomerado de internet IAC, Barry Diller, aportó 260 millones de dólares al proyecto y un compromiso financiero de otros 160 millones para mantenerlo las próximas dos décadas a través de la fundación filantrópica que dirige junto a su esposa, la diseñadora de moda Diane Von Fustenberg. Se trata del mayor regalo de un particular a un parque público en la historia de la ciudad.
“Un oasis enigmático”
Little Island provee fantásticas vistas: el mirador del sureste sobrevuela el puente de acceso y permite observar la arquitectura nueva e histórica de los barrios del Meatpacking District y Chelsea. El mirador del suroeste permite ver la desembocadura del río Hudson y los rascacielos del World Trade Center y Nueva Jersey a cada lado.
Finalmente, el observatorio noroeste ofrece otro punto de vista de la costa de Nueva Jersey y presenta el muelle 57.
Por su parte, la paisajista del parque, Signe Nielsen, aseguró que cambiará en cada estación y que se puede disfrutar tanto de día como de noche, debido a una iluminación estratégica. La también exbailarina agregó que el parque es un excelente motivo para que los visitantes “dejen la ciudad, el tráfico, y entren a un espacio y se sorprendan”.
“Espero que Little Island sirva como un oasis enigmático para cualquiera que lo visite, un lugar donde dar un paseo y quedar felizmente sorprendido con cada vuelta, recostarse y disfrutar el paisaje, y ser entretenido, educado y estimulado por nuestra programación”, dijo en un comunicado el magnate Diller, uno de los fundadores de la Fox.
Y es que su “pequeña isla” es la guinda del Hudson River Park, un parque fluvial de más de seis kilómetros que baña el oeste de Manhattan y cuyo consorcio gestor decidió contar en 2014 con el empresario multimillonario para una colaboración público-privada que no ha estado exenta de oposición y casi acabó en un cajón.
Los Diller-Furstenberg, que tienen mucha influencia en la zona oeste de Nueva York, se han involucrado como mecenas en importantes atracciones turísticas como el High Line, el Whitney Museum o el Museo de la Estatua de la Libertad, dicen, porque aman el “arte y los espacios públicos” y son “afortunados de tener recursos”.
En declaraciones al medio económico CNBC, Diller se mostró optimista por contribuir al resurgimiento en el que fue el epicentro de la pandemia: “Durante un año esto estaba desierto. Parecía que una explosión nuclear se había llevado a los humanos. Ahora salimos de esto y se ve en las calles: la gente está feliz. Estoy feliz”, dijo.