Mario Vargas Llosa: historias de amor y escándalo
Los turbulentos vínculos afectivos del Premio Nobel peruano incluyeron a una tía y a una prima. Todas sus relaciones sentimentales dieron mucho que hablar.
CulturaDueña de una personalidad intensa, múltiple y avasalladora, fue la única mujer que escribió un cuento en colaboración con Jorge Luis Borges.
22/07/2021 - 00:00hs
Pensó que Jorge Luis Borges le iba a declarar su amor, cuando aquella tarde de 1955, en la confitería Richmond, le tomó la mano y se quedó un rato largo en silencio. Ella barajó mentalmente modos de rechazarlo que no le hirieran. Solían ir a caminar por los barrios que Borges amaba y volvían muertos de risa recitando versitos pícaros de un infantilismo bochornoso. Finalmente, para su alivio, Borges tartamudeó la invitación de escribir un cuento juntos. Así nació La hermana Eloísa, un texto en que ella utilizó el seudónimo de Lisa Lenson. Recuerda su hija, la escritora Luisa Valenzuela: “Rieron mucho y disfrutaron la escritura del cuento. Recuerdo que Borges, al terminar una sesión, decía muy orgulloso: Hoy hemos trabajado mucho, completamos toda una línea”. Luisa Mercedes Levinson decía que Borges le enseñó el valor de cada vocablo, la dimensión secreta de la escritura, el rigor literario.
Antes de aprender a escribir, compuso poemas que después recitaba en la mesa: “Hasta que empezaron a pedirme que le hiciera un poema a cada visita que venía. Fue horrible, ahí aprendí a callarme la boca”, recordó alguna vez.
A poco de cumplir diez años, esta mujer nacida en Buenos Aires el 5 de enero de 1904 ya había escrito una obra de teatro, llenado un cuaderno de versos, tomaba clases de arpa, y se aficionó a los sombreros blandos y los chales. A los 27 años publicó su primera novela, La casa de los Felipes –la que dijo haber soñado de cabo a rabo–, y ocho años después se consagraría con el libro de cuentos La pálida rosa de Soho, con el que obtuvo el Premio Municipal de Literatura y el Premio Provincia de Buenos Aires. El cuento era el género que más le interesaba, allí hizo resplandecer su magia y su agudo sentido del humor.
La acusaban de excéntrica, entre otras cosas, porque se pasaba buena parte del día en la cama, mucho antes de que Juan Carlos Onetti encarnara la leyenda del escritor acostado. En su lecho, rodeada de gatos, libros y papeles, leía, escribía en cuadernos llenos de tachaduras y enmiendas, y los domingos, a la hora del té, recibía a las visitas. Era una anfitriona que abría sus puertas a todos, desde los más grandes intelectuales hasta los más humildes aspirantes a escritores.
Compuso un personaje mundano seductor y fascinante que terminó opacando a la escritora. Veraneaba todos los años en Punta del Este, y era una mujer de la noche, amiga de las brujas, los búhos y todos los merodeadores nocturnos: “Prefiero la noche porque es cuando el tiempo no puede verla a una, es cuando me encuentro con los gatos y les narro mis historias”.
Luisa Valenzuela dijo de su madre: “Era una visionaria en más de un sentido. Y trabajó mucho con el tema del tiempo, hasta en los títulos, su libro de cuentos El estigma del tiempo, su relato El pesador de tiempo, que apareció en un libro de arte con dibujos de Pérez Celis...”.
En España se movía como en su propio país, la convocaban asiduamente a dar charlas o a programas de televisión, como el célebre A fondo, conducido por Joaquín Soler Serrano. Allí también se realizó el ciclo Escrito en América, en el que se adaptaron textos de Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Manuel Mujica Láinez y ella.
Creía en algo parecido al más allá: “La vida después de la muerte la vislumbré hace algunos años, a algunos kilómetros de Punta del Este, en La Esmeralda: me estaba bañando sola en el mar al atardecer y de golpe supe lo que significa perder el yo para entrar en consonancia con el Todo. Creo que si no me llamaban, hubiera seguido nadando mar afuera, llevada por una enorme felicidad resplandeciente”. El 4 de marzo de 1988 tuvo ocasión de comprobar su hipótesis, murió en su casona del barrio de Belgrano. En una de las últimas entrevistas que se le hicieron, dijo: “Aquí nada es permanente, nos transformamos en forma continua; creo que a esta altura de mi vida mis libros son más reales que yo”.