Fue la pareja de amigos con más pinta y talento de la historia del cine. Hay muchas anécdotas que revelan esa complicidad que mantuvieron de por vida.
Paul Newman ya era una figura muy codiciada por Hollywood cuando insistió obstinadamente en que le dieran a Robert Redford el papel de Sundance Kid en la película de 1968 que uniría sus destinos para siempre. Newman encarnaba a Cutch Cassidy y necesitaba que su ladero en la Banda del Agujero en la Pared fuera alguien que tuviera mucha química con él fuera de la pantalla. Aun no eran muy amigos, pero Newman estaba seguro de que llegarían a serlo. No tenía miedo de que el magnetismo de su compañero de rodaje, ese rubio con ojos de un extraño tono azul lago y once años más joven que él, le robara planos o admiradoras. Como dijo Redford a la revista Esquire en 2017: “a medida que avanzaba la película, ambos hicimos a un lado a nuestros personajes cinematográficos y nos hicimos amigos inseparables”.
Paul y Robert eran amigos hasta la empuñadura. Sobrios o borrachos decían que esa amistad era de las mejores cosas que les habían ocurrido en la vida. La amistad que traslucían los personajes de esa película consagratoria era la misma que los unía en la vida real, por eso fueron el mejor dúo de atracadores que exacerbaban su condición actoral en un duelo interpretativo en cada escena.
En 1973, volverían a reunirse en la pantalla en una película que llegaría a ser un clásico El golpe, que sería nominada a diez premios Oscar y ganaría el correspondiente a mejor película. Por entonces, Redford se mudó a Connecticut, cerca de la casa en la que vivía Newman. Paul, que era un hombre nervioso, que se la pasaba mordiéndose las uñas y fumando, admiraba el talante calmo de su amigo, su disciplina para hacerse tiempo de leer libros que muchas veces le recomendaba.
A fines de los 2000 llegó a manos de Redford el libro de A Walk in the Woods, un guión que cuenta la aventura de dos amigos que escalan una montaña. Robert pensó que Paul sería el compañero ideal, pero éste ya tenía 75 años y sentía que su cuerpo ya no le respondería. Finalmente la película se filmaría varios años después, con Robert Redford haciendo dupla con Nick Nolte.
Muchas otras veces se intentó reunir a Robert Redford y Paul Newman en una filmación. Los productores consideraban que era una fórmula con éxito garantizado. Pero ambos actores eran muy exigentes en cuanto a la calidad del guión, y no querían malbaratar el buen recuerdo dejado por las dos experiencias cinematográficas compartidas.
Se reían a las carcajadas de las mismas cosas, les gustaba por igual las mujeres y las timbas. En medio de una gloriosa juerga etílica, Redford le prometió regalarle un Porsche, sin motivo aparente, como corresponde a un borracho. Lo raro fue que al otro día, ya recuperado de la resaca, cumplió su palabra. Fue hasta un taller mecánico donde había visto arrumbado un Porsche destartalado y comido por el óxido, pidió que se lo adecentaran un poco y lo dejó en la puerta de la casa de su amigo. Paul Newman, agradeció el obsequio. Llevó de inmediato el automóvil a una compactadora que lo redujo a un amasijo indescifrable de hierros retorcidos y se lo envió, con un moño a Robert Redford que lo recibió con una de sus típicas carcajadas, y lo hizo colocar en el centro del salón de su mansión, como si se tratara de una escultura muy valiosa.
Cuando una revista los reunió para que hablaran de esa amistad a prueba de décadas, Paul Newman dijo que pocas cosas hay tan de oro puro como la amistad. Robert Redford, visiblemente emocionado, habló de ese misterioso sentimiento que fluye a veces entre los seres humanos. Hay muchísimas fotos en los que se los ve abrazados o riéndose en público, en los descansos de los rodajes, en las reuniones sociales, en las ceremonias de premiación.
Se admiraron y se quisieron hasta el final. Cuando el 26 de septiembre de 2008, llegó la hora de la partida de Paul Newman; Robert Redford, devastado, dijo: “Perdí a mi gran amigo. No sólo embelleció mi vida, sino que hizo digno a este país”.