CULTURA

Pedro Figari, el uruguayo que pintó la memoria del Río de la Plata

Fue en 1921 cuando el prestigioso abogado, escritor y docente, a sus 60 años, se radicó en Argentina. Irrumpió como pintor plasmando en sus obras la historia de ambas orillas del Plata.

Interés General

14/03/2022 - 00:00hs

Fue Jorge Luis Borges quien en 1921, luego de visitar una exposición en la Galería Muller, dijo: “Figari pinta la memoria argentina”. Pedro Figari nació en Montevideo el 29 de junio de 1861 y hasta los 60 años vivió en Uruguay, donde se destacó como abogado, ejerciendo la tarea de Defensor de Pobres, promoviendo activamente la abolición de la pena de muerte, lo que logró en el año 1907. Radicarse en nuestro país fue como cambiar de piel, mudó su ropaje de letrado y asumió enteramente su vocación de pintor que, hasta entonces, solo ejercía de manera privada.

Llegó a Buenos Aires con cinco de sus hijos (se había separado de su esposa, María de Castro Caravia), y trajo en su equipaje algunos bocetos de óleos, retratos y acuarelas realizados en su juventud, que serían el punto de partida de su obra pictórica. Se vinculó con el grupo de escritores nucleados en la revista Martín Fierro, entre ellos, Oliverio Girondo, Jorge Luis Borges y Leopoldo Marechal, quienes quedaron admirados por esos cuadros llenos de negros, ombúes, gauchos, mates y pericones. Escribió Borges: “La misma brevedad de sus telas condice con el afecto familiar que las ha dictado: no solo en el idioma tiene connotación de cariño el diminutivo. Esa, también, puede ser la íntima razón de su gracia: es uno de los riesgos generosos de la pasión el bromear con su objeto y es modestia del criollo recatar en burla el sentir. La publicidad de la épica y de la oratoria nunca nos encontró; siempre la versión lírica pudo más, ningún pintor como Figari para ella. Su labor -salvamento de delicados instantes, recuperación de fiestas antiguas, tan felices que hasta su pintada felicidad basta para rescatar el pesar de que ya no sean y de que no seamos en ellas-prefiere los colores dichosos”.

En Francia, recuperó las supersticiones del campo uruguayo: los marcos de las puertas habrá de pintarlos de color, porque así se procedía para evitar los malos espíritus. En la mayoría de sus lienzos están las costumbres de sus paisanos, los que dan vida a su entorno. Casi no pintó paisajes sin hombres.

Pedro Figari ilustró la tapa de la primera edición de Don Segundo Sombra, publicada en 1926. Su autenticidad fue lo más valorado de su pintura. El crítico Angel Rama dijo: “Veía en América un gran potencial que en el futuro habría de expresarse y sustituir a las viejas culturas europeas”. Admiraba sin reservas al muralismo mexicano, en particular, a Diego Rivera, porque veía en él alguien que se había vuelto universal pintando la realidad de su país. En una oportunidad le escribió a un amigo: “Para mí, poco o nada cuenta lo que se haga en el trillo ajeno; es en el surco propio que debemos sembrar para que sea nuestro y legítimo fruto”.

Durante los 17 últimos años de su vida, Figari pintó infatigablemente, con pinceladas largas y libres, sobre cartones sin fondo pigmentado, (en azules, rosados y lilas), gauchos y chinas, negros y negras en su exilio americano. Figari vio en el negro toda la fuerza del ritmo que, en el norte de América produjo el jazz y, en América del Sur, el candombe.

A su muerte, en 1938, Pedro Figari dejó una copiosa producción pinturas y dibujos, cuentos, obras para teatro, artesanías, estudios sobre estética y pedagogía del arte, y se constituyó en uno de los pilares de la plástica nacional.

Con el tiempo, sus cuadros treparon a cotizaciones millonarias. Comenzaron a circular muchas falsificaciones y se perpetraron no pocas estafas. La autenticidad de un Figari se prueba con una estampilla con la efigie del pintor y un número, resultado de un inventario hecho por la familia. Hay una segunda estampilla con la inscripción del Ministerio de Instrucción Pública, Comisión Nacional de Bellas Artes, puesta por el gobierno del Uruguay.

Además, el autor tenía la costumbre de anotar el nombre o el motivo de su cuadro en el reverso. Y, por lo general, hay un último signo: cuando, después de muerto Figari, sus cuatro hijos quisieron identificar los cuadros que les pertenecían, pegaron un círculo, con un color por cada hijo, en el revés.

Noticias Relacionadas