CULTURA

“Beppo” Andreoli, la poesía suelta en Parque Saavedra

Este autor y titiritero reclama un lugar para la poesía y ha decidido que tenga su capital en la fuente de Neptuno de 12 y 66, en la ciudad de La Plata.

Raúl “Beppo” Andreoli nació en Azul, pero desde hace más de 40 años está radicado en La Plata. Su primer libro tiene prólogo de Cipriano Reyes, uno de los hacedores del 17 de octubre de 1945. Cuando vio a Leopoldo Castilla, hijo de Manuel J., el poeta salteño, hacer títeres en Ensenada, ­descubrió una vocación que lo acompaña hasta la fecha.

—Hablanos del nacimiento de tu amor por los títeres.

—Cuando lo vi al Teuco Castilla, quedé impactado. Me dije: “Esta es la mía, yo puedo hacer esto, me encanta”. Y ahí nomás empecé, ensayando en casa de algunos amigos El pícaro burlado, de Javier Villafañe. Y después todo el repertorio de títeres de guantes que me pareció digno.

—Vos eras habitué de ese polo cultural de nuestra ciudad que fue Libraco. ¿Qué recuerdos tenés de esos años?

—Emilio Pernas era un librero de esos que están en todas, te asesoran, conversan. Un tipo muy amable, muy cordial. Yo iba a menudo a comprar algún libro. Y fue en una de esas ocasiones que me dijo que iba a venir Javier Villafañe, creo que para el lanzamiento de la revista Mascaró en homenaje a Haroldo Conti. Y como yo le había comentado que me estaba iniciando en el oficio, me dijo: “Estaría bueno que lo sorprendieras con alguna cosita. Y esa tardecita en que se presentaba la revista, entre unas montañas de libros e improvisando un retablo con una ­pancarta, brindé para Villafañe y una menuda concurrencia su obrita Chímpete, chámpata o El pícaro burlado. Y creo que les gustó, porque aplaudieron bastante, fue muy emotivo. Javier tomó su copa de vino y vertió unas gotas bautismales sobre la cabecita del protagonista, el famoso Narigón. Y ahí mismo me dijo: “Te declaro titiritero”.

—Por ese entonces fuiste becado por el Fondo Nacional de las Artes...

—Fue una propuesta que realicé con la idea de recoger las respuestas de distintos públicos marginales frente al títere. Esa experiencia la di en llamar “El títere en la comunicación”. Trabajé dando talleres de fabricación de títeres con niños ciegos y disminuidos visuales en una escuela de Gonnet, funciones y charlas en el hospital Melchor Romero, donde nos asomamos a las técnicas del psicodrama, en escuelas albergues del oeste pampeano.

—¿Por qué te has aquerenciado de la fuente de Parque Saavedra?

—A mí me gusta mucho nadar. Nadar y hacer títeres, mis dos grandes pasiones. Un día, no hace mucho, fui al otorrino, y en esa visita me descubrieron un tímpano averiado, por lo que se me complica meterme al agua. Al tiempo se me ocurrió: si estoy dentro de una pileta, con el agua hasta la cintura o hasta el pecho, bien podría dar una función de títeres en el agua. Solo en Vietnam, en los arrozales, los campesinos realizan títeres acuáticos. Al pasar por la fuente de Neptuno, surgió una alternativa mágica que acaso sea una solución más interesante: hacer veleritos y fantasías acuáticas, títeres náuticos, porque la verdad es que esta aventura, esta desembocadura mía no tiene nombre. Allí los niños con la ayuda de un palito empujan y juegan con los veleros, o pueden pescar.

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