cultura

Prostitutas que pasaron a la historia

Dos historias que tienen en el centro a mujeres que deben alquilar su cuerpo para sobrevivir pero que son capaces de dar grandes ejemplos.

Interés General

03/06/2024 - 00:00hs

Historias como las que vamos a relatar se asemejan a las miles de flores blancas que pueden crecer aún en el fondo más negro de los abismos. Una ocurrió en Japón y la otra en nuestro país, pero ambas le advierten al mundo que el pasado no está para repetirse, sino para transformarlo, porque la memoria no es más que el ejercicio de allanar el camino de una lucha más grande.

El 17 de febrero de 1922 aconteció un episodio que hoy en día está considerado como un crimen de lesa humanidad y que dejó un saldo de 1500 personas fusiladas por el ejército genocida enviado por el presidente Hipólito Yrigoyen. El historiador Osvaldo Bayer describió cómo, en ese contexto de terror, crueldad y hostilidad, cinco trabajadoras sexuales del prostíbulo La Catalana, regenteado por Paulina Rovira, decidieron no acostarse con un grupo de militares fusiladores que habían concurrido a ese lugar como una forma de “premiarse” por su “servicio a la patria”. Al grito de “¡nunca nos acostaremos con asesinos!”, Consuelo García, Ángela Fortunato, Amalia Rodríguez, María Juliache y Maud Foster, además de Paulina, se resistieron a escobazos a acostarse con esos uniformados que tenían las manos tintas de sangre.

La tropa las reprimió de forma brutal y el nombre de las cinco heroínas figura en un expediente. Según Bayer, ellas fueron “los únicos seres que tuvieron la valentía de calificar de asesinos a los autores de la matanza de obreros más sangrienta de nuestra historia”. Además, en un fragmento de La Patagonia rebelde, el historiador añade a propósito de aquellas mujeres: “Jamás creció una flor en las tumbas masivas de los fusilados; sólo piedra, mata negra y el eterno viento patagónico. Están tapados por el silencio de todos, por el miedo de todos. Sólo encontramos esta flor, esta reacción de las pupilas del prostíbulo La Catalana, el 17 de febrero de 1922”. Para muchas organizaciones, este hecho marcó un primer gesto de feminismo en la historia de Santa Cruz, en la historia de la lucha de las mujeres. Por entonces, aún no se hablaba de feminismo, pero sí tuvo que ver un respaldo colectivo de mujeres que tomaron posición frente a una situación, en este caso, ni más ni menos que una enorme solidaridad de clase con los obreros fusilados.

En Japón, la historia empezó después de la tristemente célebre masacre de Nanking, en la que el ejército imperial japonés perpetró en esa ciudad china, violaciones masivas e incontables asesinatos. En diciembre de 1937, luego de que las tropas japonesas arrasaran la ciudad china, mataran más de trescientos mil civiles y violaran ochenta mil mujeres. Los altos mandos, en ese contexto, inventaron las “estaciones de consuelo”: burdeles militares que debían dar satisfacción sexual a las tropas. Amparado en la Ley de Movilización General que regía en todo el imperio, el ejército se llevaba a las hijas mujeres de todas las familias. De modo que se enviaba a las mujeres al frente, donde eran sometidas a un régimen inhumano: vivían apiñadas en las “estaciones de consuelo” sin permiso para salir, mal alimentadas, sometidas a castigos permanentes y obligadas a satisfacer las demandas de las tropas. Lo cierto es que el asunto se mantuvo silenciado después de la guerra porque el ejército japonés quemó todos los registros y porque la gran mayoría de las víctimas murieron.

Recién en 1991, algunas de las sobrevivientes se atrevieron a contar su historia por primera vez. Luego de que la legendaria jurista argentina Carmen Argibay presidiera el Tribunal Internacional de Mujeres para el Enjuiciamiento de la Esclavitud Sexual, que condenó en diciembre del 2000 al ejército nipón por los crímenes cometidos en las “estaciones de consuelo” durante la Segunda Guerra Mundial, Japón creó el Fondo de Reparación de Mujeres Asiáticas.

Mientras tanto, comenzaron a organizarse marchas frente a la embajada japonesa en Seúl y de a poco empezaron a repetirse en otras ciudades del sudeste asiático, hasta que en el año 2015 el gobierno japonés aceptó pedir disculpas públicas a las ya ancianas víctimas sobrevivientes, en forma de un nuevo Fondo de Reparación.

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