cultura
Una leyenda de la pedagogía
María Montessori fue la creadora del método de enseñanza mundialmente conocido que lleva su nombre. Su vida está llena de anécdotas esclarecedoras.
Filósofa, médica psiquiatra, antropóloga. Por sobre todas las cosas, María Tecla Artemisia Montessori fue una visionaria. Fue tres veces candidata al Premio Nobel de la Paz y símbolo pionero de la lucha feminista. Aunque tampoco necesitó más focos: su ejemplo se renueva cada día en casas y aulas de medio planeta. “Para educarlos, ante todo los hemos amado”, lo resume ella en el filme de la directora francesa Léa Todorov. Lo cierto es que nadie aun pudo explicar por qué una educadora italiana de la primera mitad del siglo XX conserva semejante estatus de leyenda.
Hija de un soldado y de una mujer rica, María nació en Chiravalle, una comuna de la provincia de Ancona, el 31 de agosto de 1870. A los trece años empezó a estudiar ingeniería en una escuela técnica pero abandonó los cálculos matemáticos y se mudó a medicina, a pesar de la desaprobación de su padre –nunca la de su madre– y de la mayoría de los académicos, ingresó en la Universidad de Roma La Sapienza, donde en 1896 se convirtió con diploma en mano en la primera médica de la península.
Ya desde el inicio de su vida profesional María Montessori demostró la tendencia de alzar su voz en favor de los menos privilegiados. En 1896 la eligieron para representar a la mujer italiana en el Congreso Feminista celebrado en Berlín, donde defendió la causa del trabajo en la mujer y lo hizo con tanto ardor y eficiencia, que su presentación fue publicada en la prensa de varios países.
En el barrio San Lorenzo de Roma, María entretenía a los chicos que todavía no iban a la escuela con cubos, argollas y bolos, los entretenía (también los formaba) y por sobre todas las cosas los escuchaba, un ejercicio que en aquellos tiempos no se le ocurría a ningún maestro. “Un niño no asimila si no se comprende a sí mismo”, explicaba María mientras el juego infantil de San Lorenzo se extendía por las calles y la hacía cada vez más famosa.
María Montessori mantuvo una relación amorosa con el doctor Giuseppe Montesano, quien fuera su colega en la escuela para retrasados mentales (en donde Montessori trabajó de 1898 a 1899), relación de la cual nació su único hijo, Mario. Mientras dirigió la Escuela Estatal de Ortofrenia y con la ayuda de otros colegas, entrenó a maestros de Roma en los métodos especiales de observación y de educación de niños. Más tarde ella misma se dedicó a trabajar con los niños, además de dirigir a los maestros del Instituto Pedagógico, donde se había concentrado a los niños de las escuelas primarias prejuzgados como “ineducables”, así como a todos los discapacitados de los manicomios de Roma.
Para 1911, el método Montessori se convirtió en el sistema oficial en Italia y Suiza. Los libros y escritos de María Montessori fueron rápidamente traducidos a diferentes idiomas. Cinco versiones diferentes de su obra fueron hechas sólo en Rusia, además de que se abrió una escuela Montessori en los jardines imperiales de San Petersburgo para los niños de la familia real y de la corte. En 1912, el científico estadounidense Alejandro Graham Bell, quien había conocido el trabajo de Montessori a través de un artículo de revista, la invitó para dar unas conferencias. Cuando llegó a Estados Unidos, le organizaron una gran bienvenida en la Casa Blanca y se hospedó en la casa del científico Thomas Alva Edison.
Como el dictador Benito Mussolini cerró sus escuelas –ella se negó a educar a los niños como soldados– se fue a España pero la Guerra Civil del ’36 la expulsó a Inglaterra y después a la India, donde vivió hasta 1947 cuando se mudó con su hijo a Holanda donde funcionaba la cede de AMI (Asociación Montessori International) y donde murió el 6 de mayo de 1952. Escuelas de todo el mundo llevan su nombre y siguen su método, “educar por la paz” era su lema final y la faja con la que se presentaban sus libros.