Atribulado por el problema de la inflación, Menem encontró en 1991 una solución aparentemente mágica: la convertibilidad.
Entre los conceptos que marcaron los 90 en la Argentina, el “uno a uno”, que refería a la paridad entre la moneda argentina y el dólar norteamericano, tiene un lugar privilegiado. Atribulado por el problema de la inflación, Menem encontró en 1991 una solución aparentemente mágica: la convertibilidad.
En realidad fue Domingo Cavallo quien avanzó la idea. O no. En aquellos años de súbita bonanza (para algunos), ambos hombres afirmaban ser “el padre de la criatura”. Vitoreados en ámbitos internacionales, se los consideraba artífices de lo que se llamaría “el milagro argentino”.
Eran los tiempos del “deme dos”, otra frase que hacía referencia al bajo costo de los bienes importados gracias a la nueva fuerza del peso argentino. La clase media compró, sacó tarjetas de crédito, siguió comprando.
Para 1995, cuando Menem se postuló a su segundo mandato, muchos analistas hablaban del “voto cuota”: la gente lo votaba, decían, no por convicción, sino para evitar que un cambio de política económica causara dificultades para pagar las compras a crédito.
La convertibilidad duró diez años. Demasiado, dicen algunos.