Entrevista a Margarita Barrientos
“La gente la está pasando mal y el trabajo es el principal reclamo”
En diálogo exclusivo con Hoy, la fundadora del comedor Los Piletones repasó su historia de vida, desde su infancia humilde en Añatuya, Santiago del Estero, a sus días en Villa Soldati, donde sentó las bases de su obra en contacto con los que menos tienen. En la actualidad, sirve 2.600 raciones diarias de comida y asegura que “es innegable” que la necesidad va en aumento
Sueña con que algún día el país pueda prescindir de su fundación. Porque eso significará “que el hambre se ha erradicado”. Solo entonces, confía, se cruzará de brazos. “Hoy no puedo, la gente la está pasando mal, falta trabajo, la plata no alcanza y para muchas familias el comedor suele ser la última alternativa”.
Margarita Barrientos, la dirigente social que hace 20 años en su casa de Los Piletones (Villa Soldati) comenzó a saciar el hambre de “15 niñitos y un abuelo”, sigue siendo una fotografía viva de ese drama social que es la pobreza, que en la Argentina afecta al 32% de la población.
Aunque, como dice el periodista Martín Caparrós, hablar de cifras y porcentajes puede maquillar “el potencial violento” de la problemática, la sensación física de vivir en el “cirujeo”, entre “carros, caballos y cartones”, situación que experimentó Barrientos a mediados de los 90, en pleno neoliberalismo menemista.
—¿En esos años está el germen del comedor Los Piletones?
—Claro, yo conocí la necesidad del barrio y la propia en los 90, trabajando en el cirujeo. Pero además, venía de una familia muy humilde, que sufrió mucho el hambre y el frío. Encima, ya traía un “comedor” puesto, porque tenía diez hijos. Entonces, dar de comer a 15 niñitos más no era nada de otro mundo. ¿Cómo no iba a estar dispuesta a compartir con quienes sufrieron lo que yo había sufrido?
Barrientos supo lo que era el sufrimiento a los 11 años, cuando el mal de Chagas de su madre la dejó huérfana. Entonces, la familia se empezó a disgregar: un hermano se fue al campo, otro al sur, cada uno tomó su rumbo y a ella le tocó abordar el tren a Buenos Aires, a José C. Paz, donde vivía su hermano mayor, Ramón. De adolescente sobrevivió cuidando chicos y limpiando casas. Ya mayor, conoció a Isidro, con quien hoy tiene 12 hijos, “nueve biológicos y tres del corazón, que son lo más grande que me dio la vida”, según sus palabras, y el alimento se volvió nuevamente un lujo. Se mudaron a Villa Lugano, “a una zona inundable en la que lo poco que teníamos siempre terminaba en el agua y por eso nos trasladamos a Los Piletones”. Allí, en una vivienda delimitada “por paredes sin revocar y techo de chapa” ubicada en el 3595 de la calle Plumerillos levantó los cimientos del centro comunitario que hoy da 2.600 raciones de comida diarias.
“Fue el 7 de octubre de 1996”, apunta con voz queda y sonrisa tímida, y agrega: “Con Isidro pasábamos mucha necesidad, pero vimos que otros la pasaban peor y había que compartir. Él me ayudó con todo esto, primero levantando paredes, haciendo los trabajos de albañilería, hasta que perdió su brazo en un accidente y se dedicó a dirigir la obra”.
—¿Podía imaginarse, entonces, sirviendo 2.600 platos de comida?
—No, nunca pensé seguir trabajando como hemos hecho. Empezamos como comedor en un asentamiento, que después se transformó en villa, y hoy ya hay muchas familias que hasta recibieron títulos de propiedad de su vivienda. Cuando empezamos éramos muy pocos, pero después el barrio se fue poblando y hoy no solo alimentamos a gente de Los
Piletones, sino también de otras zonas como González Catán, Laferrere e Isidro Casanova. La verdad es que a mí tampoco me gusta usar cupos, porque creo que la persona que se acerca al comedor lo hace porque realmente lo necesita. Yo no juzgo la miseria.
—¿Ha aumentado esa necesidad?
—Sí, eso no se puede negar. Hay muchas necesidades. La plata no le alcanza a la gente y el comedor suele ser la única forma que encuentran quienes no tienen trabajo para alimentar a sus hijos. Esta es una realidad que sigue muy latente.
“Pero ojo, acá no solo se viene a comer, sino también a ayudar”, aclara Margarita. “Yo empecé a cocinar para los chicos junto a mi mano derecha, Miriam, que me acompaña hasta hoy. Ahora somos casi 50 personas, un grupo de mujeres maravillosas que trabajan por voluntad, motivadas por la solidaridad, desde las 6.45 hasta que se apaga la última olla de la cena”, señala.
Las ollas “se llenan en función de la comida que hay, de las donaciones que recibimos, pero nunca se cocina sin carne, porque el valor nutricional es fundamental para nosotros. Y si bien no somos expertos, cocinamos apoyados en un equipo de nutricionistas que nos ayudan a balancear la comida, sobre todo para niños y abuelos”, agrega.
El último plato, precisa Barrientos, está listo alrededor de las 20. A esa hora, la fundadora de Los Piletones regresa a Lugano, adonde volvió el año pasado, cuando decidió donar la parte del comedor en la que vivía desde que se mudó a Los Piletones para ampliar el jardín San Cayetano. “Había 120 niños en lista de espera y no lo dudé, porque, por más que yo no haya podido estudiar, para mí la formación es importante. Yo tengo dos niñas pequeñas y lo que le pido a Dios es que estudien, que sean profesionales, que tengan un trabajo”, confiesa.
—Por eso, alimentación y educación no pueden faltar en su obra…
—No, y todavía más, porque si seguís soñando nada te detiene. Fíjese que empezamos alimentando 16 bocas y hoy son 2.600. Pero después no dimos cuenta que no solo del pan se podía vivir (sonríe). Y entonces fuimos por los jardines: el Tiago Andres y el San
Cayetano, con unos 200 niños; por el hogar de ancianos, con unos 70 abuelos que además de alimentarse se entretienen con distintas actividades; por comedores en Santiago del Estero y ciudades como Cañuelas; también contamos con un centro de salud con cuatro consultorios, con una farmacia que se nutre de distintas donaciones; un centro nuevo para atender las víctimas de violencia familiar; una biblioteca hermosa con casi 5.000 ejemplares, y una panadería que produce pan y facturas. Cada espacio tiene sus clases de informática, gimnasia, apoyo escolar, talleres de costura, etc. A veces pienso y digo que si hoy estuviéramos en 1996 y le contara a alguien todos estos sueños, que luego se hicieron realidad, me dirían que estoy loca.
—¿Por qué sueños va a brindar el 25?
—Primero voy a brindar el 24, porque salga tal como lo deseamos el menú de esa noche, con pollo, asado, chorizo, para que los niñitos y los abuelos pasen una linda Nochebuena. Y después voy a pedir por una Argentina en paz, en unión y con trabajo, que es el reclamo principal de la gente que peor la está pasando. Pero confío en que vamos a salir adelante.