Por Javier García

“La otra pandemia, el otro virus”

El exconcejal y presidente de la Comisión de Seguridad y Observatorio de Seguridad del HCD de La Plata, se refirió a la difícil situación social y económica generada por la pandemia.

Difíciles momentos se avecinan, a partir de la necesidad de controlar la Covid-19 y de salir del aislamiento social y preventivo con el menor daño posible, tanto en lo económico como en lo sanitario.

Una vez transitada y atravesada la comúnmente llamada “línea del pico de contagios”, comienza a asomarse una batalla difícil de llevar a cabo que la denominaremos “la otra pandemia, el otro virus”, que no es ni más ni menos que la inseguridad. Haciendo un paralelismo y tomando muchos de los indicadores arrojados por la Covid-19, podemos analizar un nuevo fenómeno que se presenta en el mundo en general y en Argentina en particular.

Producto de la acertada y bien administrada cuarentena que llevó a cabo nuestro Presidente de la Nación, como único remedio de prevención conocido hasta este momento, se dispararon un sinfín de situaciones y comportamientos sociales que, hasta el día de hoy, el hombre, el mundo y nuestro país nunca habían experimentado.

En primer lugar, debemos entender que la experiencia de tantos días y meses bajo una cuarentena estricta, posteriormente flexibilizada, afectó sin dudas el comportamiento psíquico de muchos ciudadanos que se angustiaron no solo por el trastorno económico que les provocó la pandemia, sino también por las dificultades que se les presentaron en el ámbito de sus relaciones afectivas, laborales o de formación técnica y profesional.

Es necesario tener en claro este diagnóstico para partir de premisas ciertas y así llegar a resultados concretos que permitan abordar y de-sarrollar una posible salida al “nuevo virus que se avecina, la inseguridad”.

Para comenzar a analizar el nuevo virus debemos observar los datos estadísticos que nos deja la Covid-19. Más del 55% de la sociedad argentina se encuentra por debajo de la línea de la pobreza, ampliando sideralmente la brecha económica de aquellos que más tienen con los que se encuentran más postergados, provocando un sentimiento de desigualdad y frustración personal que indefectiblemente em­pezó a calar hondo acentuando las diferencias entre los argentinos.

Sabemos que cuanta más desigualdad económica hay, mayor es la falta de oportunidades que se les presentan a los sectores más vulnerables, colocándolos fuera del sistema y en una situación de desesperación, con mayor resistencia. Cuanta más desigualdad social hay, mayor es la inseguridad en las calles.
Esta nueva pandemia trae aparejado un hartazgo del encierro potenciado y focalizado en el temor a algo desconocido, que no se puede ver ni se tiene mucha información o conocimiento de su futuro comportamiento. Basados en esa construcción psicológica, es como empieza a comportase la sociedad, bajo una mirada de des­confianza y miedo, estimulada por la desesperación de tener que vincularse o relacionarse con otras personas, potenciales portadores de Covid, mostrando un perceptible comportamiento de sobrevivencia personal y de inseguridad emocional.

No es menor el análisis de estos comportamientos, que se suman a las dificultades económicas de subsistencia por las que se está atravesando. Se agrega así este condimento psicológico, que en algunas personas se acentúa por no contar con una estructura psíquica fuerte, pudiendo desencadenar en comportamientos que antes serían impensados.

Esta visión desesperada de aquellos individuos que no pueden afrontar la crisis económica y cubrir sus necesidades básicas y/o fortalecer y atender a esos trastornos de ansiedad, de­sesperación, inseguridad y miedos, puede llevarlos a cometer acciones q nunca habrían pensado realizar.

Freud lo expresaba en su “teoría sobre la inseguridad”, diciendo que encontraba su justificación bajo dos aspectos. Por un lado, la inseguridad como transformaciones propias de la modernidad y la globalización, y por el otro, y de manera consecuente, se podrá reubicar la cuestión de la seguridad en los fundamentos mismos de la organización social, retrayéndola de ese lugar de efecto secundario de cambios operados en órdenes superiores, ya sean de connotación económica, política o tecnológica.
Por un lado, comienza a visualizarse un preocupante aumento del delito con una agresividad mayúscula en sus perpetuaciones. Por otra parte, nuevos episodios delictivos comienzan a manifestarse con individuos carentes de profesionalidad y antecedentes penales.

Un gran porcentaje de los delitos que se comenten en la actualidad son realizados por personas que nunca antes habían cometido ilícito alguno y muchos de estos comportamientos comienzan a ser asociados a la desesperación económica, la supervivencia alimentaria y la alteración psicológica de la gente.

Todo indicaría que la Covid-19 y su inminente desenlace desencadenarían en el otro virus, el de la inseguridad, dejando un fuerte enfrentamiento en la sociedad, entre aquellos que pueden subsistir y sobrellevar el primero y los que indefectiblemente van quedando fuera del sistema y no pueden saciar sus necesidades básicas. Otra de las similitudes entre ambos “virus”, es la del colapso en los sistemas. Por un lado el crecimiento exponencial del contagio de Covid-19 hace colapsar el sistema sanitario, al igual que podría suceder con el sistema de seguridad ciudadano, si se llegara a la situación antes expuesta, siendo operativamente imposible controlar ambas pandemias.

Para ir finalizando, muchos son los aspectos a tener en cuenta, pero algunos son esenciales para ambos. Los dos necesitan ser analizados desde una óptica psicosocial y sanitaria, como así también abordarse bajo el principio general de la inclusión social e igualdad de oportunidades para el desarrollo integral de las personas. Por último, la educación y la formación son pilares fundamentales para el desarrollo individual de los sujetos y para establecer un equilibrio de los mismos en una sociedad más justa e igualitaria.

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