La trastienda de un circo

La vida detrás de la carpa

El dueño de un circo explica la trastienda de uno de los espectáculos preferidos por los más chicos en las vacaciones de invierno  

Walter Rutkus tiene 57 años y más de 30 recorriendo el país con el circo. Un hombre que, como dice Facundo Cabral, “no es de aquí, ni de allá”. Tiene domicilio en Berazategui, pero no recuerda la última vez que estuvo allí. Esa no es su casa. Un nómade que se crío entre camellos, elefantes y leones, y está de paso por la ciudad con su circo.

Se crió viajando por el país en comunidad y con animales de la selva como mascotas. Nieto de cirquero e hijo de una madre contorsionista y de un padre payaso, aún hoy se enoja cuando alguien utiliza el término “payaso” para insultar a otra persona: “¿Por qué se quiere descalificar a alguien al decirle eso?”, se pregunta enfurecido, “es lo mismo que te digan: andá vos, actor de teatro”, agrega y se ríe. 

Lejos de las creencias que existen en torno a cómo viven los circenses, el dueño del circo recorre el país en una casa rodante de doce metros que tiene wi-fi, dos plasmas, habitación privada y hasta lavarropas automático. “La gente piensa que vivimos, comemos y dormimos todos juntos debajo de la carpa” dice, y agrega: “Tengo todas las comodidades que tiene un tipo que vive en un departamento chico”.

Su circo poco se parece al que conoció de pequeño. La presencia de animales está prohibida desde hace más de diez años. También dejó de estilarse que los integrantes de la compañía sean familia. Por eso, excepto sus hijos y su esposa, no hay parientes entre el staff. “Este laburo tiene la particularidad de que vos convivís con el tipo con que laburás. Por eso tengo que tener una vida social muy prolija” dice, y agrega: “Esto es como un barrio grande, donde compartimos un patio y a la mañana salimos todos y nos vemos”.

El dueño del circo ya de chico se dio cuenta que lo suyo era el negocio. De hecho, los únicos malabares que sabía hacer eran con la plata. “A muy corta edad me di cuenta de que no tenía habilidades para ser un buen acróbata o un malabarista. Entonces me interesé en habilitar circos y vi que me gustaba” dice Rutkus, y agrega “estuve siempre más abocado a la producción y a la logística”.  

La educación de los hijos resulta ser un problema para estos viajeros permanentes. Los de Rutkus estudian a través de la Ley Crotto. “Es un sistema que se creó para los cosecheros, pero nosotros usamos la misma metodología. En cada pueblo al que se llega, se inscribe al chico en la escuela más próxima y cursa durante el tiempo que permanezcamos ahí” dice, y agrega: “Es lógico que no es la mejor manera de estudiar. Pero también es cierto que viajando se aprenden muchas cosas que en los libros no”. 

El circo Family, donde trabaja, estará en La Plata, en el predio de Carrefour, hasta el 14 de agosto. Ese día, y en tiempo récord, levantarán campamento para volver a montarlo en algún otro destino. Así es la vida de los circenses: “no son de aquí ni son de allá”.