Se cumplen veinte años de la muerte del escritor

Osvaldo Soriano: la voz de los solitarios

Hoy se cumplen veinte años de la muerte de uno de los escritores más influyentes de la Argentina. Su obra figura entre las más vendidas en la década del 80 y el 90. Un faro estético para toda una generación 

Osvaldo Soriano, autor de emblemáticas novelas como Triste, solitario y final (1973), No habrá más penas ni olvido (1978) y Cuarteles de invierno (1980), dejó su huella en la literatura nacional con una obra en la que buscó construir la voz de “perdedores solitarios” para indagar en “una visión irónica de lo que deja la realidad”. Hoy, a 20 años de su muerte, sigue siendo uno de los escritores más leídos de la Argentina. 

Soriano murió el 29 de enero de 1997, a los 54 años, víctima de un cáncer de pulmón que mantuvo en secreto hasta los últimos días, dejando una extensa obra literaria y un corpus periodístico de igual magnitud. “El éxito verdadero es el cumplimiento de algunos de nuestros sueños y, a fin de cuentas, el único éxito es la felicidad, que es también la primera utopía”, aseguraba en una entrevista realizada en 1996, en la que se definía como “un ser poco social” y delineaba algunas constantes de su obra: “Los perdedores solitarios” y “la visión irónica de lo que deja la realidad”. 

“El Gordo”, como lo llamaban sus amigos, nació en Mar del Plata. Sin embargo, su infancia estuvo atravesada por los viajes de su padre por distintos pueblos de la Provincia de Buenos Aires. Hasta que en 1953, cuando tenía 10 años, los Soriano se mudaron a Cipolletti, en Río Negro. 

Los paisajes y las vivencias de esos días en lugares del sur estuvieron presentes más tarde en sus novelas. Vivió en esa ciudad hasta mediados de los 60, cuando volvió a Tandil, un destino previo a su llegada a la Ciudad de Buenos Aires en 1969, con 26 años. 

Si bien su vínculo con el periodismo comenzó cuando publicaba co­lumnas en el diario El Eco de Tan­dil, se consolidó al convirtirse en redactor de la revista Primera Plana. Después llegaron sus escritos en Confirmado y en los diarios Noticias, El Cronista y La Opinión. Además, ejerció como corresponsal en el periódico italiano Il Manifesto y fue uno de los fundadores del diario Página/12, donde trabajó como asesor de directorio y firmó como columnista de contratapas.

Su primera novela Triste, solitario y final se publicó en 1973, cuando tenía 30 años. Allí, personajes del Hollywood de la primera mitad de siglo XX como Stan Laurel, Charles Chaplin y John Wayne se cruzan en un mundo de ficción y aventuras, interactuanto con el autor, que aparece con su nombre.

En 1976, con el comienzo de la dictadura cívico militar, se exilió para instalarse primero en Bruselas y luego en París. Al Viejo Continente se llevó el borrador de la novela No habrá más penas ni olvido (1978), un retrato de la vida política de entonces que él ubicó en Colonia Vela, el ruinoso pueblo de casas bajas que también aparecería en Cuarteles de invierno (1981) y Una sombra ya pronto serás (1990).

En Bruselas, el escritor conoció a Catherine Brucher, una enfermera que vivía en la ciudad de Estrasburgo, con quien compartió su exilio en París, más tarde se casó, regresó a la Argentina y tuvo a su hijo llamado Manuel. 

En 1984, se instaló definitivamente en Buenos Aires y ese año publicó Artistas, locos y criminales, una antología personal de crónicas y relatos que al día de hoy está entre las preferidas de los lectores. A pesar de que entre 1987 y 1996 escribió las contratapas de Página/12, nunca abandonó la ficción: en 1995 publicó su última novela, La hora sin sombra, y en noviembre de 1996, dos meses antes de su muerte, se despidió con el recopilatorio Piratas, fantasmas y dinosaurios. 

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