La mesa está vacía

Mientras caen el consumo interno y las exportaciones, la producción de carne se redujo un 10,9% respecto del año pasado. Ante la creciente inflación, su consumo mermó un 5,2% y comienza a ser eliminada de la canasta básica de los argentinos. Otra postal de la crisis que viven las economías regionales ante la falta de políticas superadoras de la herencia K

Hace tiempo ya, pasaron los 100 días de gracia que se le dan a todo gobierno y el hastío del fin de la luna de miel comienza a palparse: en la calle, en el consumidor, en el ciudadano de a pie o en el productor de las maltratadas economías regionales, motor de una Argentina que supo ser el granero del mundo y a las que Hoy le ha dado voz, muchas veces en soledad, ante la indiferencia estatal y mediática.

Lejos de revertir la crisis heredada del kirchnerismo, que castigó con sus malas políticas a los cañeros de Tucumán, los yerbateros de Misiones, los frutihortícolas del Alto Valle rionegrino, los vitivinícolas de Mendoza o los tamberos de la zona pampeana -por sólo citar algunos casos-, hoy el macrismo profundiza los errores y la mano del Estado no rescata, sino que ahorca con una alta presión impositiva, tarifazos en todos los servicios públicos, una inflación generalizada que se traslada a precios y costos, eliminando la rentabilidad y colocando a las producciones al borde de la quiebra.

La falta de un plan económico integral que ataque a la inflación como primera medida se hace evidente y en esta difícil coyuntura, hay una imagen palmaria: la carne, el alimento por antonomasia de la mesa de los argentinos, poco a poco, comienza a ser eliminada de la canasta básica. Es en este contexto que un informe de la Cámara de la Industria y Comercio de Carnes y Derivados (Ciccra) advirtió que en el cuarto mes del año se faenaron cerca de 900.000 animales, lo que representa un descenso en la producción bovina del 10,9% con respecto al mismo mes del 2015.

Menos animales

Frente al ajuste de la producción de carne, se mandaron a los mataderos menos animales que hace un año, mientras el consumo per cápita de carne vacuna retrocedió entre los primeros cuatrimestres de 2015 y 2016, ubicándose en 56,2 kilogramos/año, la cifra más baja desde 2012 y un 5,2% menos con respecto al año pasado. Ajustada como está la ganadería, el valor promedio de la hacienda bovina se incrementó en las góndolas en un 60,4%, con respecto a 2015, y para los consumidores, comerla comienza a ser un lujo.

“Tras la devaluación, la carne nunca volvió a sus valores naturales. Esto es así porque no hay suficiente control en la comercialización ni en la intermediación, y porque los consumidores, que continúan con el mismo poder adquisitivo que el año pasado, hoy acceden a menos kilos de carne y optan por productos más accesibles”, explicó a Hoy el Secretario General del Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Carne, Silvio Etchehun.

Con una inflación interanual que los especialistas ya proyectan en un 40%, con el poder de compra de la gente reducido en un 60%, “se consume cada vez menos y esto se ve reflejado, sobre todo, en la producción vacuna, pero también en otras que no escapan a los tarifazos, al incremento en los alquileres y al factor climático, por ejemplo, que afecta la provisión de suficiente ganado para la oferta y encarece el alimento”, aseguró el referente sindical. En este marco, el sector, advirtió Etchehun, no escapa a las dificultades para mantener el empleo y evitar el cierre en los frigoríficos: “En Quilmes, en el ex Finexcor, hay 800 trabajadores que bogan por mantener su trabajo”, y lo comparó con “lo que viven la mayoría de los trabajadores en la Argentina. El gobierno tiene que tomar medidas directas para generar poder adquisitivo en la gente; si la capacidad de compra baja mes a mes, mientras la inflación aumenta, no hay consumo, se compra menos carne y se vende más cara, porque el productor tiene cada vez mayores gastos fijos”.

Lo enumerado, más las imprevistas inclemencias climáticas, que ma-tan al ganado y anegan caminos, encareciendo aún más el traslado, inciden negativamente en la oferta bovina: “Todo configura un cóctel que termina perjudicando al productor y al consumidor, que ve cómo la canasta básica se va por las nubes mientras su salario sigue por el piso”, concluyó Etchehun.

Ni aquí, ni allá

Estancado el consumo interno, el otro destino de la producción ganadera fue el mercado externo. Pero en el primer cuatrimestre de 2016, las exportaciones de carne bovina disminuyeron un 20,1% interanual, a 52.500 toneladas.

El contraste con el discurso macrista, que prometía una recuperación inmediata de las colocaciones a partir de la devaluación, la quita de retenciones y la liberalización de los cupos para exportar, no podía ser mayor. Lo que ocurrió, en cambio, fue un aumento de precios que retrajo el consumo y que, además de reflejarse en los vacunos, también se advierte en la carne porcina, con un incremento del 1,9% mensual, acumulando una suba de 8,2% en relación al cierre de 2015.

En peligro de extinción

“En peligro de extinción”. Así se definen los productores de pollos “integrados”, aquellos que se ocupan de engordar las aves para las grandes industrias avícolas.
Según un informe del sector, en abril pasado, cobraban apenas $1,125 por kilo de pollo eviscerado, que luego los supermercados vendían hasta en $37.

La situación se emparenta con lo sufrido por los tamberos, quienes, tal como ha informado nuestro diario, tienen apenas una participación del 15% en el precio final y reciben $2,60 por litro de leche, mientras sus costos superan los $4.
En el caso de los productores “integrados”, que cobran un promedio de $1,125 por kilogramos de pollo entregado a la industria, lo que representa $3,15 por cada pollo criado, no llegan a cubrir lo que les sale el proceso de engorde y crianza, calculado en $4,28 por pollo.

La misma fotografía se reitera en los productores porcinos, que perciben $14 por kilo de cerdo, mientras que sus gastos ya están entre $16,50 y $17,50 por kilo.
“Los costos de producción se dispararon un 65% después de la devaluación y la quita de retenciones, a lo que se le sumó el alza en las tarifas de los servicios y los combustibles”, indicaron desde el sector, al tiempo que alertaron que “ahora el precio se quedó estático por la apertura de importaciones, ya que los valores de la carne importada es más barata”.

Las escenas se extienden a la mayoría de las producciones y economías regionales y sirven como pequeños trazos de la gran fotografía del país: la de una crisis en la que el pequeño productor no recibe incentivos; no tiene renta sino pérdida y no es acompañado por el Estado, sino empujado hacia el abismo.