La Provincia entregó subsidios para la reactivación de la cultura y el turismo
El ministro de Producción bonaerense estuvo a cargo de la entrega del respaldo económico en los municipios de San Andrés de Giles y Carmen de Areco.
Es el trío cómico más perdurable de la industria del espectáculo. El año próximo se cumplirán cien años desde su primera aparición pública, haciendo reír al mundo entero.
17/09/2021 - 00:00hs
La fórmula mágica que popularizó a Los Tres Chiflados fue concebida por Ted Healy, un comediante empedernido y poco exitoso, cuando decidió incluir en su espectáculo a dos amigos de su barrio: Moe y Shemp Howard. No era fácil Nueva York en 1922. Durante cuatro años, giraron por la escena del vodevil norteamericano. Allí conocieron a un joven y talentoso violinista y boxeador de peso liviano, Larry Fine; quedaron tan impresionados con su actuación que le ofrecieron convertirse en Chiflado. Al grupo aún se lo conocía como “Ted Healy and his stooges”.
Una noche en Venecia fue su primer espectáculo exitoso: no solo los hizo debutar en Broadway, sino que la consecuencia inmediata fue el contrato que les ofreció la 20th Century Fox para protagonizar la película Soup to nuts. Llegaron a grabar 190 cortos para la televisión estadounidense y una gran cantidad de largometrajes. Su programa se estrenó a finales de 1959.
El idilio del grupo comenzó a desvanecerse con los problemas de alcoholismo que sufría Ted Healy y provocó serias controversias internas. Él era el líder y representante de Los Tres Chiflados, pero Shemp Howard, cansado de soportarlo, decidió abandonar el grupo y comenzó su carrera independiente.
El lugar que quedó vacante fue ocupado por Jerry, el hermano menor de los Howard, quien decidió afeitarse la cabeza y se convirtió en Curly. Los nervios del debut agudizaron su voz y, para cubrir los baches en los que olvidaba la letra, improvisaba sonidos guturales que terminaron convirtiéndose en parte del arsenal de recursos del grupo. Para muchos, la incorporación de Curly significó la explosión mediática que transformó para siempre el destino de Los Tres Chiflados.
Moe, Larry y Curly trabajaron con los actores más populares de la época. En 1933 fueron protagonistas del primer corto experimental filmado con el sistema tecnicolor. En pleno auge del trío, debieron renovar su contrato. Hartos de los delirios de Ted Healy, quien seguía gastando el dinero del grupo en bebida y juegos, la Columbia impuso su retirada como condición sine qua non de un contrato suculento: 27 años y casi 100 películas.
Sin embargo, hacía tiempo que el verdadero encargado de manejar los hilos del grupo –no solo de los guiones, sino también de los montajes– era Moe Howard. Desde pequeño, Moe tenía un talento especial: era capaz de memorizar libros enteros y obras de teatro que veía cuando faltaba a la escuela. Moe detestaba su imagen, y harto de ser el blanco permanente de la burla de sus compañeros, un día se encerró en el baño, tomó una tijera y se cortó todos sus bucles. El corte de pelo era tan rudimentario que su nueva imagen sería la del célebre “corte taza”, una decisión que no solo sirvió para escapar del acoso, sino que se convertiría en marca registrada, junto a su mal humor permanente.
El giro más trascendente
Algunos biógrafos reconocen que la película Men in black (1934), dirigida por Ray McCarey, marcó el giro más trascendente en la historia del trío: por primera vez, fueron nominados al Óscar. En el rodaje, muchos de los piquetes de ojo, caídas y cachetazos no estaban programados. Mucho menos las consecuencias: más de una vez, los Chiflados tuvieron que ir al hospital con fisuras, narices quebradas, dientes rotos. No obstante, hubo algo que se respetó religiosamente, el timing. Tal como sucede en las peleas de boxeo, en este caso la premisa fue no darle tiempo al espectador para reaccionar; la risa como suceso ininterrumpible.
El último de los Chiflados en abandonar este mundo fue Moe Howard, hace más de 40 años. Pero basta volver a ver algún episodio –aunque, injustamente, la televisión los haya dejado de transmitir– para dejarnos guiar hacia las risas que aún resuenan en el fondo de nuestra infancia. Darse cuenta, en definitiva, que aún siguen acompañándonos.