Cultura

El encuentro de Gabriel García Márquez y Akira Kurosawa

En 1990, el escritor colombiano y el director de cine japonés se sentaron a conversar durante seis horas. En esa charla entre amigos se confesaron sus obsesiones.

Akira Kurosawa llegó al cine completamente por azar: quería ser pintor, pero era joven y pobre. En 1936 se afirmó en el camino hacia el cine, conoció a Kajiro Yamamoto, director de comedias de bajo presupuesto, quien lo contrató como asistente de dirección. La confianza en el propio talento creció con la escritura de los primeros guiones, hasta convertirlo en director en 1943, con Sanshiro Sugata, un relato sobre los orígenes del judo a partir de una historia de maestro y discípulo, como las que abundarán en su obra. Se consagró mundialmente en 1951, con el más alto reconocimiento del Festival de Cannes, por su película Rashomon. Desde entonces, su prestigio fue creciendo incesantemente.

En 1990 se encontró con Gabriel García Márquez, quien estaba de visita en Tokio. Cuando hacía pocos meses el “Gabo” había ido al cine con Woody Allen para ver Sueños, la película de Kurosawa, ya tenía en mente este encuentro. Woody Allen le pidió que, si efectivamente podía encontrarse con Kurosawa, lo llamara a su regreso, y lo invitaría a cenar para que le contara palabra por palabra todo lo conversado. Finalmente, la ocasión se dio. El escritor había ido a Japón a recibir un premio, pero su verdadero objetivo era encontrarse con el director de cine. Había visto todas sus películas, y varias veces.

El director japonés estaba rodando su película número 30. Solo le faltaba filmar un tifón que estaba anunciado y que todavía no había llegado. García Márquez le dijo que ese podía ser un buen título: “Esperando el tifón”. La película terminó llamándose Rapsodia en agosto. Es la historia de una abuela de Nagasaki que sobrevivió a la bomba atómica y que cuida a sus nietos mientras sus hijos viajan a Hawái para visitar a sus parientes japoneses-estadounidenses. Atentos a los extraños relatos de la abuela, los chicos juegan a explorar y recorrer los sitios donde se arrojaron las bombas atómicas.

En una parte de la conversación, el colombiano le contó de su obsesión por una historia del escritor japonés Yasunari Kawabata: “Hay un cuento corto que me enloquece de Kawabata. Es el de La casa de las bellas durmientes. Cada vez que lo leo me da una gran envidia no haberlo escrito yo. Y he buscado la manera de escribirla, que no se parezca, pero no se puede porque es una línea muy clara. He pensado incluso volver a escribirla en español, como a mí me dé la gana, y hacer un chiste diciendo: Traducción libre de una novela homónima de Kawabata”. Catorce años después del encuentro, García Márquez publicó esa novela bajo el título Memorias de mis putas tristes.

Confidencias

El escritor colombiano quería que el encuentro fuera una conversación de amigos y no una entrevista, pero sentía una gran curiosidad por saber muchas cosas sobre Kurosawa y su obra: “No se preocupe. Tengo suficiente tiempo mientras llega el tifón”, le dijo el director de cine. Le preguntó: “¿Puede usted recordar alguna imagen de la vida real que considere que sea imposible de realizar en una película?”. La respuesta fue: “Sí. La de una ciudad minera llamada Ilidachi en la que trabajé como ayudante de dirección cuando era muy joven. El director había declarado, con un simple vistazo, que la atmósfera era magnífica y que esa era la razón por la que deberíamos rodar allí. Las imágenes mostraban solamente una ruinosa ciudad minera, pero faltaba algo que nosotros conocíamos: las condiciones de trabajo eran peligrosas y las mujeres y los niños de los mineros vivían atemorizados por su inseguridad. Cuando se mira al pueblo, se confunde el paisaje con ese sentimiento y lo que se percibe es lo extraño que resulta en realidad”.

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