Finalmente, el viernes pasado el teatro Astral de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires vio el estreno de una obra emblemática, de la que Netflix recientemente hizo una versión, y que solo tuvo en la Argentina cuatro funciones en la década del 70.
La fiesta de los chicos llegó a la calle Corrientes dirigida por Ricky Pashkus y protagonizada por Fer Dente, Nicolás Di Pace, Tomás Fonzi, Tupac Larriera, Santiago Pedrero, Roberto Peloni, Nicolás Riera, Agustín Suárez y Sergio Surraco. Diario Hoy dialogó con Di Pace, Fonzi y Riera para saber más detalles de la obra.
—¿Cómo se sienten con el estreno? Porque estuvieron a punto de hacerlo, pero no...
—Nico Di Pace: Feliz, la verdad, muy felices de presentar esta obra, de poder estar arriba de un escenario en este contexto, yo tuve la oportunidad de hacer A chorus line en el verano, y ahora otra vez volvimos, y estamos felices que la gente venga, ojalá nos acompañe, porque estamos muy contentos.
—Tomás Fonzi: Yo ya me comí como tres o cuatro amagues desde marzo del año pasado, que iba a estrenar otro proyecto con otro elenco, todo, no pudo ser, y pasaron semanas, meses, un año, y con esta obra íbamos a estrenar el 23 de abril, otro paquete de restricciones, y ahora estrenamos el 9 de julio.
—Nico Riera: De entrada, contento, hay una necesidad liberadora de estar arriba del escenario, uno se olvida lo que siente ahí arriba y solo lo vuelve a recordar estando ahí arriba, pasó mucho tiempo y se siente que era lo que faltaba, y que me cuesta reconocerlo hasta que lo volvés a hacer.
—¿Qué es lo que más les gusta de su personaje?
—NDP: Mi personaje se llama Emory, y lo que más me gusta es su histrionismo, el desenfado, en no cuestionarse ni su persona, ni su masculinidad ni femineidad, él es, y todos lo aceptan porque es así.
—TF: Que tiene textos con los que estoy muy de acuerdo, porque todavía hay cosas en las que estamos presos de estructuras arcaicas, que no se cuestionan o no hay alternativa, mi personaje está enamorado del de Nico Riera, pero este es muy estructurado y ambos piensan de manera diferente. Cuando tuvo que romper prejuicios y sentirse pleno con su sexualidad rompió también con su idea de pareja monogámica, y el otro personaje lo opuesto. Entonces, qué prima, una sobre la otra, o un punto medio, es un debate que a mí me interpela.
—NR: La contradicción que tiene entre lo que le pasa internamente y su rol social, es un personaje que se dio cuenta de qué orientación sexual tiene pero no lo puede llevarlo adelante, le cuesta ser genuino y sincero, y eso exige mucho como actor, porque una cosa es lo que siente y otra lo que le requiere el cuerpo como rol social.
—¿Cuál es el principal desafío de encarnarlo?
—NDP: No quedarme con nada, entregarme, divertirme y no guardarme nada, porque creo que el personaje pide mucho histrionismo, estar ahí para sus compañeros, presente, sería eso.
—¿Cómo fue el trabajo con el elenco?
—NDP: Es un grupo increíble, nos llevamos muy bien, es una obra que permite que todos nos divirtamos, todos tienen sus momentos. La verdad es que es una fiesta, y esa consigna nos predispone a todos muy bien, a pasarla bien y siempre fue un clima muy lindo.
—Es la primera vez que se verá en la Argentina, ¿cómo les llega la obra?
—TF: Se hicieron cuatro funciones con el nombre de Extraño clan y fue prohibida; claramente ahora estamos en otra posición que la de esa época, hablando de tabúes y orientaciones sexuales, y de eso se aprovecha Ricky, porque no es de una problemática que solo existía en esa época. Hay cosas que creemos que hemos evolucionado un montón y no es así, el planteo es para ver qué respuesta nuestra tendremos desde la problemática actual. Hay algo de la sexualidad como tabu personal, que en ese momento sería más rígida, y ahora no tanto. Creo que la sexualidad es un pilar de la personalidad, y lo fundamental es estar en armonía con la propia sexualidad. En cada etapa y época las dificultades han sido distintas, y no hablo sobre ser homosexual o heterosexual, porque pretender encasillar en solo dos categorías a la sexualidad es como querer contener el océano con un vaso. Hablamos de gente e interacción y cómo el amor es asexuado, no tiene sexo, el amor es amor y lo ejercen dos personas, a veces una, o más, y lo importante es eso.
—NR: A partir de Ricky, que me quería tener en la obra. En un principio no estaban definidos los personajes, me dejó leer la obra y ver qué personaje me interesaba. Mi personaje tiene un gran desafío para mí, es un paso adelante, un desafío en mi carrera, exige esfuerzo, no conocía el teatro. Me siento tranquilo porque desde que leí la primera versión del libro en inglés y me di cuenta que es muy bueno, está muy bien escrito, me relajó y me hizo ingresar al proyecto.
Una cita entretenida y necesaria
La fiesta de los chicos finalmente pudo subir al escenario del mítico teatro Astral de la avenida Corrientes, con una puesta necesaria para los tiempos que corren.
La obra escrita por Mart Crowley fue imaginada a finales de los años sesenta, y mucha agua ha corrido bajo el puente. Incluso, surgen lamentables noticias como el asesinato en manada de Samuel Luis Muñiz en España, al grito de “maricón”, en manos de seis personas.
A pesar de todo, la vigencia del relato se mantiene, ya que tiene a la representación de la diversidad en el centro, pero también la homofobia y el desprecio, por lo que el timing del estreno es único para continuar con la deconstrucción.
Michael (Fer Dente) organiza en su departamento la fiesta de cumpleaños de Harold (Sergio Surraco), de la que participarán su pareja (Santiago Pedrero), Emory (Nicolás Di Pace) Hank y Larry (Nico Riera, Tomás Fonzi), Bernard (Roberto Peloni), un taxi boy llamado Texas (Tupac Larriera) y un invitado sorpresa, Alan (Agustín Suárez), que tensiona todo.
Dente brilla como Michael, y aprovecha cada escena para demostrar que puede transitar el personaje sin valerse de lugares comunes. Di Pace explora el lado más cómico de Emory, transformándose en el comic relief de los momentos más dramáticos del relato. Riera logra transmitir la ambivalente personalidad de su personaje, un hombre escindido entre el deseo y el deber ser, en contraposición a su pareja Larry, a quien Fonzi logra impregnarle su impronta y carisma. Peloni juega a mostrarse correcto y menos histriónico que en otros shows, a diferencia de Surraco que explota el costado más “femenino” de Harold. Contenido Pedrero, mientras que Suárez logra transmitir las contradicciones de Alan, al mismo tiempo que le permite lucirse en escena. Una obra necesaria, que entretiene y juega con el vodevil para poner en evidencia la discriminación hacia la comunidad que representa.