Marguerite Duras, la pasión de escribir
Nació en Indochina en 1914 y a los 18 años se radicó en París.
culturaEs uno de los mayores pintores de toda la historia del Brasil. Fue un campesino que no terminó la escuela y que fue admirado por artistas de la talla de Picasso.
14/10/2022 - 00:00hs
Cándido Portinari nació en 1903 en San Pablo, Brasil, hijo de colonos italianos. Fue a la escuela solo hasta la instrucción primaria, el duro trabajo de los cafetales no le permitió más. Creció en medio de esa tierra bermeja que está tan presente en sus cuadros.
De muy niño le gustaba dibujar no bien regresaba a su casa de las agotadoras faenas rurales. Pero su vocación se hizo definitiva cuando llegó un pintor a su pueblo a quien se le encargó hacer unos murales en la iglesia local. Cándido devoraba con la mirada cada uno de los preparativos, y concurría diariamente al lugar. El pintor terminó adoptándolo como ayudante.
A los 15 años decidió echar suerte en Río de Janeiro. Fue reprobado al inscribirse en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Los examinadores no veían futuro a quien sería el pintor brasilero más reconocido en el mundo. Para ganarse la vida fue mozo de café. Tomó clases con distintos profesores y, sobre todo, pintaba durante todo el tiempo disponible. Cuando su talento para el claroscuro y su amplio dominio de la técnica del dibujo ya era evidente, hizo su primera exposición. Muchas de las obras expuestas entonces eran pies. Pies de labradores, de mujeres de la tierra, de seres descalzos lastimados por la intemperie: “Pies deformes, que pueden contar una historia, semejantes a los mapas con montes, valles, ríos y caminos”, describía Portinari. Tenía 19 años. Al año siguiente ya comenzaría a ganar sus primeros premios, incluyendo un viaje a Europa que le fue concedido como primer premio por un retrato del poeta Olegario Mariano. De ese viaje, volvió a Brasil con la cabeza llena de ideas que lo llevarían a un período de búsquedas y estudios de las formas y la tinta, hasta lograr una técnica audaz que lo colocaría a la cabeza de los vanguardistas brasileros.
Sus inquietudes sociales se desenvolvían en sus lienzos y en los murales que hacía en las paredes internas del Ministerio de Educación, que tenían como motivo central la doliente vida de los trabajadores rurales y las esperanzas populares de redención social. Su infancia está presente en algunas de sus obras más célebres: la serie de los espantapájaros, el circo, los juegos infantiles, los globos de San Juan y las trampas para pájaros.
En la Exposición Universal de Nueva York de 1940, se lucieron tres telas de Cándido Portinari, cuya repercusión hizo que el director del Museo de Arte Moderno de la ciudad lo invitara a realizar una exposición individual. El éxito de la muestra culminó con la impresión del álbum Portinari y su obra, editado por iniciativa de la Universidad de Chicago. Un año después volvió a los Estados Unidos, para hacer una serie de frescos en las paredes de la Biblioteca del Congreso de Washington. Allí pintó los monumentales paneles A entrada, A descuberta y O garimpo, todos ellos relacionados con la historia de su país natal.
Muchas de sus pinturas están actualmente en el Museo de Arte de San Pablo, donde puede apreciarse la evolución de su obra, desde los dibujos de una pureza clásica hasta sus últimos trabajos al óleo, de un colorido suave y transparente, y una depurada técnica.
Ese reconocimiento en el exterior hizo que en su propia patria se le diera el sitial que hasta entonces se le mezquinaba. Se le abrieron las puertas de los altares mayores de la pintura, pero él, fiel a sus orígenes, eligió siempre a los más humildes. Hizo los murales de una radio marginal de Río de Janeiro, y hasta decoró la casa de algunos de sus amigos, con pinturas donde siempre campea el sentimiento popular. También pintó las paredes de la Escuela Nacional de Bellas Artes, esa misma institución que algunas décadas antes le había negado el acceso por considerarlo “no apto para la pintura”.