Haciendo dupla con grandes dibujantes, creó personajes que quedaron para siempre en la memoria de los lectores de historietas.
Murió en 2011, visitando Londres con su esposa, la escritora Ema Wolf. Tenía 68 años recién cumplidos. Todos nos quedamos con la amarga certeza de que tenía muchas historietas que contar, personas que inventar, y enseñanzas que transmitir a los colegas más jóvenes.
Además de guionista, era un fino crítico y un empeñoso divulgador de la historieta. Fue columnista de la revista Skorpio, y en 1980 publicó una historia de la historieta argentina junto a Guillermo Saccomanno, libro que también fue traducido al italiano.
Entre sus personajes se destacan El Loco Chávez, El Negro Blanco, El Señor Lopez y sus puertitas, Daneri Alvar Mayor Cybersix, y muchos otros. Sus historietas fueron publicadas en varios países de Europa. Su novela gráfica El síndrome Guastavino, le valió nominaciones y premios en Francia e Italia. Solía recopilar sus historietas en forma de libro, lo que permitía ver que sus trabajos apuntaban a ser vistos con una visión de conjunto.
Era hijo único de un padre colectivero. Era muy lector. Había comenzado a leer porque los anteojos le impedían jugar al fútbol. Los maestros del colegio solían decomisarle las historietas que llevaba al aula o los dibujos que hacía en clase, pero esas acciones no conseguían reprimir su pasión por contar historias con dibujos. Esa pasión nació cuando supo que no sería el aviador que soñaba ser cuando era chico. Tenía predilección por el Pato Donald. Comenzó su carrera en 1963, colaborando en la revista Patoruzú. García Ferré lo contrató para hacer historietas infantiles. Al poco tiempo, escribía cuentos policiales humorísticos en coautoría con Alejandro Dolina, para un semanario de la época.
Un día, en un kiosco del subte descubrió la revista Hora Cero, donde leyó la historieta que le cambiaría la vida: El Eternauta. Ahí comprendió que para ser buen guionista se debía escribir con gran sentido del ritmo y una muy trabajada estructura narrativa.
Ponía mucho cuidado en la construcción de sus personajes, evitando los estereotipos. Sus primeros seres de tinta datan de 1975, cuando junto a Alberto Breccia se juntó para dar forma a Un tal Daneri, casi simultáneamente, con Horacio Altura hicieron dupla para El Loco Chávez, un porteño a carta cabal que instaló en el imaginario masculino el prototipo de la mujer soñada, en la figura de Pampita. El éxito de esta última historieta hizo que las colaboraciones con Altuna menudearan: Charlie Moon, El último recreo, Merdichevsky. En el último tiempo trabajaba con dibujantes que eran más jóvenes que sus hijos.
Tenía su estudio a pocas cuadras de la quinta presidencial, rodeado de libros y centenares de títulos propios acumulados a lo largo de los años. Su mujer lo había enamorado en la primera cita, cuando le reveló que podía recitar de memoria el primer capítulo de Los Tigres de la Malasia.
Con los años llegaron los premios: dos veces el Yellow Kid al mejor autor internacional en el festival de Lucca, Italia; el premio al mejor guión en el festival de Angoulême, Francia, por Cosecha verde, y el premio a la trayectoria del Museo Severo Vaccaro, entre otros. Para algunos, es el sucesor de Oesterheld, uno de los fundadores de la historieta moderna argentina. Sus libros se siguen vendiendo en todo el mundo, conquistando nuevos lectores que mantienen con él una relación entrañable.
Dijo alguna vez Rodrigo Fresán, a propósito de Trillo: “Lo descubrí primero en Buenos Aires, en las revistas que editaba Ediciones Record, Skorpio & Co., y donde Trillo no demoró en consagrarse como el constante generador de personajes más poderosos desde y junto a H. G. Oesterheld”.
Decía Carlos Trillo: “La historieta va a terminar con nosotros”, vaticinando que en nuestro país se trata de un género condenado a una pronta desaparición, por la dificultad de los historietistas de vivir de lo que hacen. Profecía que parece no se cumplirá por la aparición de una nueva generación que, alentada por su ejemplo, está dispuesta a seguir sus pasos.