cultura

La mujer que permitió conocer a los clásicos

Anna Dacier fue la traductora más célebres de las obras clásicas de Homero, que fue considerada uno de los prodigios del siglo diecisiete.

Hija del filósofo Tanneguy Lefebvre, se casó con el editor de los libros de su padre, Jean Lesnier, en 1664, pero se separó de él y marchó a vivir a París con el filólogo, traductor y académico André Dacier, por lo que era conocida como Madame Dacier. Fue, a su vez, una mujer culta que tradujo al latín la obra del poeta griego Calímaco. Pero su importancia en la historia de la literatura se debe a sus traducciones de La Ilíada y de La Odisea, que dieron lugar a la segunda querella de los Antiguos y los Modernos.

La pasión por los clásicos de la antigüedad que siempre tuvo Anna fue un culto inspirado por su padre. Al salir de la casa paterna para formar un hogar con Monsieur Dacier, no cambió de biblioteca: dejó a Homero y se encontró con Terencio y Aristófanes. Antes de casarse Anna ya había traducido del griego y del latín obras importantes destinadas a la instrucción del Delfín. Era superior a su erudito consorte, pero tuvo la modestia de ignorarlo o la abnegación de fingir que lo ignoraba, no dejándole sentir nunca el peso de su superioridad. La mayor parte de los libros que se publicaron con el nombre del marido, eran obra de los dos: el público conocía que lo más sobresaliente lo había escrito ella.

Admiradora de Homero, fue combatida por La Motte- Houdar, uno de los jefes del partido de los Modernos quien, al adaptar su traducción de La Iliada, en la expurgaba la obra de toda “barbarie”, protestó contra la gloria del aeda griego. Entre ella y La Motte- Houdar se entabló una violenta polémica, que puso en tela de juicio gran parte de la literatura antigua. La traductora defendía en su introducción a Homero y a la civilización helenística, además de abogar por las obras clásicas frente a las modernas. En respuesta, Houdar de la Motte publicó su propia traducción en verso del clásico homérico en 1714, alterando el texto para adecuarlo a los gustos de la época y criticando a Homero para posicionarse a favor de los poetas franceses de su tiempo. Ese mismo año, Anne publicó Causes de la corruption du goût, donde declaraba sus propias ideas sobre el arte, la filosofía y el lenguaje.

Se debió a Anna Dacier otras muchas traducciones de poetas latinos y griegos, notablemente fieles para lo que era la norma de la época. En 1683, después de que la pareja abandonara el protestantismo y se convirtiera al catolicismo, el rey Luis XIV les concedió una pensión real en agradecimiento por su conversión. Anne se ocupó de traducir al francés a grandes clásicos como Anacreonte, Aristófanes, Marco Aurelio y Homero.

El Duque de Mountasier, encargado de la educación del Delfín, le encargó una serie de traducciones para utilizar en la misma. La clasicista se convirtió en una celebridad en los salones literarios de París. Su figura alcanzó tal importancia como intelectual en la corte francesa, que cuando Gilles Ménage (1613-1692) publicó su libro Historia de las mujeres filósofas se lo dedicó, señalándola como «la más sabia de las mujeres actuales y del pasado». Pero sin duda, el mayor halago lo recibió de Voltaire,

que dijo de ella que era uno de los prodigios del siglo de Luis XIV, y en su Philosophical Dictionary (1764), aseguraba que había realizado un gran servicio a las letras.

Cuando el buen gusto literario amenazaba corromperse, Dacier fue la encargada de alimentar la sagrada llama de lo bello en el altar de las letras francesas, por eso escribió: «La juventud es lo más sagrado que existe en un Estado, ella es su base fundamental, ella está destinada a sucedernos y formar un pueblo; si se tolera que falsos principios extravíen su entendimiento, no hay salvación posible para las futuras generaciones». Murió en el Palacio del Louvre de París el 17 de agosto de 1720.

Noticias Relacionadas