Mark Twain, el gran despistado
Fue uno de los mayores escritores norteamericanos.
culturaUna mirada superficial puede ver en el Mundial de fútbol un caos de resultados que pierden vigencia con el tiempo, pero algunas de las mayores plumas de nuestro continente percibieron que era bastante más que eso.
19/12/2022 - 00:00hs
En días de Mundial, el escritor uruguayo Eduardo Galeano se refugiaba en su casa tras un letrero que decía: “Cerrado por fútbol”. Como si la vida fuese un negocio que se pudiera abrir o cerrar a discreción en un mes tan especial. Lo cierto es que aún no se ha fabricado un antídoto que desintoxique semejante nivel de euforia, sobre todo para los argentinos. El Mundial de Catar no ha sido la excepción y, durante todo el torneo, escritores orgullosamente futboleros mantuvieron una intensa correspondencia.
Como si hubiesen tirado paredes dentro de una cancha de fútbol, el autor argentino Martín Caparrós y el mexicano Juan Villoro, a través de un intercambio epistolar, compartieron opiniones, comentarios, contragolpes y algunas reflexiones que trascendieron el espectáculo deportivo. Si el fútbol aburría, ambos desviaban la mirada a las tribunas y contemplaban, por ejemplo, que entre las ropas púrpuras de la hinchada catarí no fue posible ver a una mujer. En ese sentido, Villoro destacó: “El Mundial pondrá en tensión el impulso emancipador del balompié con las restrictivas condiciones que lo hacen posible”. A su vez, subrayó que desde que la Dictadura argentina organizó el Mundial de 1978 no había un repudio tan generalizado por el país sede.
Una vez finalizada la fase de grupos, Caparrós escribió a propósito de Lionel Messi, creyendo encontrar la clave del éxito del Seleccionado nacional: “Que Messi no sea el bizcochuelo, la crema y el cacao, sino la guinda de la torta. Si la Argentina lo consigue tiene incluso sus posibilidades. Donde vive la magia, todo vive”. Además, el autor de El hambre se tomó licencia para dedicarle algunas palabras al técnico de la Selección argentina: “El hombre (Scaloni) tiene la ventaja de no querer disertar en esdrújulas como Bielsa, ni esculpir en mármol el lugar común como Bilardo, ni posar de revolucionario tras trabajar para los dictadores como Menotti; Scaloni habla siempre, sin vueltas, y, tras el partido con México, dijo algo que de tan simple es complejo: que un partido de fútbol es solo un partido de fútbol, que no puede ser que se lo llene de tantos sentidos y tantas expectativas, que así se hace difícil hacer nada”.
Por su parte, Villoro -atravesado también por el deseo de que Messi alzara la única copa que se la había resistido- se jactó de que ningún país ha aportado tanta emoción a cambio de tan pocos resultados como México. Y le escribió a su colega argentino: “Ahora que los tuyos se aprestan a ser campeones, pienso en la ilusión sin recompensa de los míos, en la gente que llena los estadios sin depender del marcado”. Dándole pie a Caparrós para reflexionar si el problema de la Selección argentina no sería la Argentina; si nuestro país, que se jacta de vivir el fútbol tan intensamente, que paraliza a sus supuestos representantes porque son solo jugadores de fútbol, no sería el reflejo de la argentinidad herida que pretende convertirlos en salvadores de la Patria.
El fútbol, ese juego maravillosamente inescrutable
“¡Dios me libre de entender el fútbol!”, clamó alguna vez Nelson Rodríguez, el periodista que advirtió que Pelé sería Rey. Asimismo, embelesado por este juego maravillosamente inescrutable, Galeano deslizó en el prólogo de El fútbol a sol y sombra: “Han pasado los años, y a la larga he terminado por asumir mi identidad. Yo no soy más que un mendigo de buen fútbol. Voy por el mundo sombrero en mano y en los estadios suplico: una linda jugadita, por amor de Dios”. Así como el poeta mexicano Antonio Deltoro entendió que el fútbol representa un desafío sagrado: “La venganza del pie sobre la mano”.