Cervantes, como los verdaderos maestros, no dio respuestas sino que formuló claramente las verdaderas preguntas que multiplican la incesante curiosidad
del lector. Y lo hizo a través de su personaje más célebre: Don Quijote.
Publicada a comienzos de 1605, El Quijote es la obra más famosa de la literatura universal. Un comienzo tan inconfundible para muchos lectores como “En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme” no significó sino que la cuantiosa obra y vida de Miguel de Cervantes esté cifrada en ese libro.
El Quijote nunca aceptó que este mundo fuera el único posible. Hizo culto de lo que creía el poeta Paul Eluard: “Hay otros mundos, y están en este”. En ese sentido, estaba convencido que no podía ser único un mundo en el que la gente moría por hambre o enfermedades. No obstante, ante esta realidad abrumadora, que parecía parida en el horror de la peor de las pesadillas, el protagonista de la novela la mira de frente y se atreve a cuestionarla más allá de los límites de lo real. De allí surgieron preguntas nacidas del misterio que todos llevamos en el alma por el hecho de estar vivos, pero también preguntas que nacieron de la rebeldía ante un mundo ruín. Así, por ejemplo, el Quijote expresaba: “Huyo de la vida regalada, de la ambición y la hipocresía, y busco para mi propia gloria la senda más angosta y difícil. ¿Es eso de tonto y mentecato?”.
Se cuenta que, en cierta ocasión, el rey Felipe III (1578-1621), asomado en una de las azoteas de su palacio, observó a un estudiante sentado en la orilla del Manzanares. El joven estaba leyendo un grueso volúmen, actividad que interrumpía de vez en cuando con grandes manifestaciones de regocijo. El monarca comentó: “Este estudiante ha perdido el juicio o está leyendo El Quijote”; lo cual fue oído por algunos cortesanos que se apresuraron a corroborar la situación. En efecto, el joven leía apasionadamente las aventuras del Caballero de la triste figura.
Apasionado por el teatro, la pintura y la casa, Felipe III delegó los principales asuntos de gobierno en manos de su valido, el duque de Lerma. Se afirma que durante su reinado, el sistema de gobierno mantuvo los mismos privilegios que el de los primeros Austrias. Durante su reinado, el sistema de gobierno fue el mismo que el de los primeros Austrias. Lo cierto es que este monarca descubrió en la novela de Cervantes a un hombre que luchó obstinadamente contra la desesperanza de tantos que se bajan del caballo cansado de los sueños y se animaron a vindicar el derecho al delirio, clavando los ojos más allá de la infamia y la mediocridad, adivinando- tal vez- un mundo donde la justicia no fuera la maldición de quienes no pueden comprarla.