La idea de felicidad en nuestra época
Los tiempos actuales han dado un viraje a la concepción de bienestar que tienen los habitantes de nuestro planeta.
culturaEs una de las mayores voces del siglo XX. Una manera de cantar inconfundible que atraviesa las barreras geográficas y generacionales.
06/09/2025 - 00:00hs
Sus discos que, puestos uno sobre otro, se elevan a muchos metros de altura, fueron vendidos en más de 150 millones de ejemplares, protagonizó casi 60 películas, tres veces divorciado, aplaudido en el mundo entero, circunstancias todas que cimentaron la fama indestructible que tuvo Frank Sinatra y que perdura más allá de su muerte ocurrida cuando tenía 83 años.
Polémico. Tenía muy buena relación con la mafia italo-norteamericana, era capaz de romperle la cámara fotográfica a un reportero indiscreto y otros desplantes que alimentaron su leyenda negra. Tenía clara conciencia de su magnitud como cantante, pero también tenía una excelente opinión de sí mismo como actor: “El público sabe que cualquier personaje que yo interprete tendrá densidad e impacto”.
Frank Sinatra nació el 12 de diciembre de 1915, en Hoboken –un barrio de Nueva Jersey- descendiente de inmigrantes italianos y ligado desde su infancia al submundo que lleva la marca de la mafia: “Si no hubiera tenido una buena voz de barítono y unos enormes deseos de emular a Bing Crosby, me habría convertido en un matón”. Este muchacho dotado de una voz excepcional pasó de mozo de un restaurante de segunda a ser el cantor de las orquestas de Harry James y Tommy Dorsey, comenzando a amasar ese mito que se llamaría por siempre “La Voz”.
El esmirriado cantor principiante se casó a los 24 años con Nancy Barbato –tan hija de italianos como él-, con quien tuvo tres hijos: Nancy, Frank Jr. Y Tina. Diez años después, Frank dejaría ciegamente el hogar conyugal para ir tras Ava Gardner, con quien mantuvo un matrimonio que duró seis tempestuosos años, hasta que apareció en su vida Mia Farrow –treinta años menor que él- con quien rápidamente protagonizaría su tercer divorcio: “Una vez que se está en pecado mortal, ¿qué importa reincidir?”. Sus idas y vueltas matrimoniales no lo conflictuaban en su condición de católico practicante, devoto de la Virgen y de los santos.
Sus amistades no eran muy recomendables. Uno de sus mejores amigos era Lucky Luciano, considerado el padre del crimen organizado estadounidense, quien terminaría siendo deportado a Italia. Acompañó al gangster en un viaje a La Habana –cuando Cuba estaba sometida a la dictadura de Fulgencio Batista-, para controlar la marcha de sus negocios en la Isla. Hay una foto famosa que dejó constancia de ese curioso viaje. Este vínculo con ciertos jefes del submundo, alejaron a Frank Sinatra de John Kennedy –quien fue alertado por su hermano Robert, entonces ministro de justicia, embarcado en la persecución de hampones-.
A partir de la película De aquí a la eternidad, de 1953 - en la que compartió elenco con Burt Lancaster y Montgomery Cliff- , en la que encarnó a un soldado, le valió el Oscar al mejor actor de reparto, la carrera cinematográfica de Frank Sinatra se consolidó. Formó lo que se conocería en la pantalla grande como clan Sinatra, en la que se lucían figuras como Sammy Davis Junior, Dean Martin y Shirley Mac Laine.
La etapa siguiente la encararía como próspero empresario. Produjo películas para la Twenty Century Fox, como La dama de cemento –con Raquel Welch- y The only game in town, una película de 1970, con Warren Beatty y Elizabeth Taylor, una historia de amor entre una veterana corista y un pianista ludópata, ambientada en Las Vegas, donde Frank Sinatra regenteaba un club nocturno.
No se llevaba bien con el paso del tiempo. Varias veces procuró alisarse el rostro con cirugías estéticas, se cubría la calva con un peluquín, y buscaba prolongar indefinidamente un glamour que equivocadamente creía que incluía su aspecto físico. Su voz sigue estando más allá de las erosiones del tiempo, refulge en un más allá que hace más bello el más acá, se alza como una de esas grandes maravillas que, según dice Woody Allen en la película Manhattan, justifican la aventura de estar vivo.