cultura

El Don Juan del tango

Horacio Molina cantaba como si fuera fácil, de taquito, seduciendo a la audiencia, así como sedujo a mujeres que pusieron en su vida esplendor y abismos.

Interés General

13/09/2025 - 00:00hs

Era tan elegante como su voz lo permitía imaginar. Austero y versátil, capaz de ir del tango al folklore revelando a cada canción una dimensión insospechada, cantándola en todos sus matices, con el solo acompañamiento de una guitarra.

Su abuela materna -Ernestina Molina de Herrán- pasó de tener una estancia en Flores a lavar ropa y hacer empanadas en Berisso. Su familia paterna tenía viñas en San Rafael, Mendoza, y cayeron en bancarrota. Su tío, Enrique Pintos era presidente del club San Lorenzo. padre, Eduardo Molina, era médico del equipo de San Lorenzo. Horacio recordaba cuando los jugadores iban a atenderse a su casa. Su madre –Odilia- tenía dotes de imitadora pero nunca traspuso el ámbito familiar. Horacio Molina nació el 2 de septiembre de 1935, en Buenos Aires.

Su abuela solía escuchar por radio las transmisiones del Teatro Colón, ello sumado a los discos de Gardel y de jazz que se escuchaban en el fonógrafo de la casa, fueron modelando sus gustos musicales. El hermano de su madre, Adolfo Herrán Molina, tocaba el piano en los cines de barrio acompañando las películas mudas. Horacio solía acompañarlo. Eran los años cuarenta. Su madre le vio condiciones y lo mandó a estudiar piano. El primer tiempo fue solo para disgustos, lo llamaban a tocar el piano para las visitas cuando él prefería estar viendo un partido de fútbol o escuchando a Bing Crosby.

Lo primero que cantó fue bossa nova y bolero. En 1970 llevó al mítico local “La Fusa” –de Mar del Plata y Punta del Este-, a dar recitales a Vinicius de Moraez, Toquinho, María Creusa, Chico Buarque y Dorival Caymmi. En 1975 decidió dedicarse de lleno al tango, acompañado por algunos músicos que luego tocarían con Piazzolla –Antonio Agri y Fernando Suárez Paz-, con la dirección musical de Oscar Cardozo Ocampo.

Nicolás Mancera lo convocaba asiduamente a su programa ómnibus “Sábados circulares”, que batía todos los records de rating, lo que dio un fuerte espaldarazo a la carrera de Molina, firmando contrato con el sello Columbia e iniciando giras por todo el país, y compartiendo escenarios y espectáculos con Astor Piazzolla, Egle Martin y Eladia Blázquez.

A los quince años cantaba en el umbral de la peluquería que quedaba al lado del garaje donde la familia guardaba el auto. El dueño de un bar de Boedo y San Justo le ofreció cantar los fines de semana, pero su padre se opuso porque sospechaba que iba a dejar los estudios. En los años 70 se fue a París con dos mil quinientos dólares. Mercedes Sosa le prestó un departamento, y pudo debutar con un espectáculo llamado Sweet Tango. Los franceses gustaban de ese refinado cantor que cantaba el tango de una manera a la que no estaban acostumbrados a escuchar. Grabó allí un disco acompañado, entre otros, por Rodolfo Mederos y Juan José Mossalini.

Para él solo hubo un gran cantor de tangos: “Gardel los eclipsa a todos. Es como si fumigaras, no queda ninguno. Es tan superior que, con los que vinieron después, hay un abismo”. Se sabía muchas letras de Gardel de memoria, se imaginaba los cuadros y situaciones que cantaba, estaba fascinado con su fraseo: “No es un mito: era un genio. Gardel is too much”. Horacio Molina era profundamente gardeliano pero no imitaba a Gardel. Tenía un estilo tramado por la sutileza y que rehuía todo lo estentóreo.

Tuvo dos hijas: Juana e Inés Molina. Una se hizo cantante; la otra actriz. Horacio Molina murió el 11 de septiembre de 2018. Ese día, Juana Molina escribió en su Facebook: “Hoy se murió papá. Justo el día del maestro. Papá, además de enseñarme el amor por la música y el consecuente baile. me enseñó a observar y asimilar. a criticar, viendo primero la viga en el propio ojo. a leer entre líneas, a ver más allá de lo que se ve y a desarrollar la intuición, la mejor manera de conocer el mundo”. Cinco meses antes de su muerte actuó en el Teatro Coliseo Podestá de nuestra ciudad, llenando el aire con los suaves arabescos de su voz, su acendrado manejo del silencio, sus remozadas versiones de tangos y milongas, y su ilimitada capacidad de seducción.

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