El encuentro entre Marilyn Monroe y María Callas

Fueron dos de las mayores divas del siglo XX. Se cruzaron una noche de la década del 60 durante el cumpleaños de un presidente.

Fue el 10 de mayo de 1962 en el Madison Square Garden de Nueva York. El motivo: la celebración de los 40 años del por entonces presidente John F. Kennedy. Estaban presentes 17.000 personas. Por un instante, ese lugar pareció la cima del mundo. Ese momento fue cuando Marilyn Monroe y María Callas se miraron con una sonrisa distante que parecía preanunciar un abrazo que nunca se concretó.

Luego de las actuaciones de Ella Fitzgerald y de Harry Belafonte, y de la interpretación de Carmen hecha por María Callas, fue el turno de Marilyn. La actriz, quien había llegado tarde y algo ebria, cantó al Mr. president el cumpleaños feliz en lo que sería la versión más célebre de la historia.

Marilyn Monroe y María Callas tenían más similitudes de las que saltaban a primera vista. Sus respectivas familias habían quedado muy golpeadas por el crack del 29, sus madres habían padecido trastornos psiquiátricos y las dos tuvieron que luchar arduamente para salir de la pobreza. Las dos estuvieron muy cerca del poder. Una de ellas se alejó, asqueada y, según el poeta Ernesto Cardenal, en su última noche quiso llamar por teléfono a Dios. Pero no la atendió.

Aquella noche, se encontraron. María Callas nunca había querido representar la ópera Carmen. Ni siquiera aceptó la invitación de Luchino Visconti —quien la había dirigido en La Traviata, en el Scala de Milán—, quien quiso incluirla en su película de 1960, Rocco y sus hermanos, para que interpretara la habanera de esa ópera de George Bizet. Carmen le exigía aprender a bailar y hacerlo encima de una mesa, demasiado para alguien que, pese a ser ya una estrella, llevaba dentro de sí a esa acomplejada gordita con anteojos que fue durante toda su infancia. Pero aquella noche, vestida de tafetán rojo y con un collar de diamantes, decidió cantarla para darle a su amigo John el mejor regalo que podía ofecerle.

María Callas no tenía dudas de que sería la estrella de aquella noche. Sabía de memoria todas las óperas que había cantado y lo hacía de una manera que el mundo entero consideraba única. En 1959, se había casado con el magnate griego Aristóteles Onassis. Poco antes de la fiesta en el Madison Square Garden había sido ovacionada por su interpretación en Medea. Aún tenía la ensordecedora ovación del público en sus oídos cuando entró a la fiesta convencida en que se convertiría en su reina. Hasta que llegó Marilyn.

Cuando Marilyn entró, 17.000 bocas callaron instantáneamente. Jackie Kennedy no había querido ir a la fiesta al enterarse de que Marilyn había sido invitada. Marilyn caminaba, con su vestido transparente con perlas y con su estola de piel, como si no se diera cuenta de lo que ocurría a su alrededor o no le importara. Pasó por entre las miradas empalagosas y los ojos llenos de manos, derecho adonde estaba John Kennedy, quien la esperaba como si se tratara de la única mujer que quedaba sobre la ­tierra. Mientras tanto, como si hiciera falta, el locutor de los festejos, el actor Peter Lawford, anunciaba: “Señor presidente, quizá en el show business no hay otra mujer que haya significado más, que haya hecho más, señor presidente, la impuntual, la muy impuntual… ¡¡Marilyn Monroe!!”. En ese momento, María Callas, la gran diva, la estrella sin par de los escenarios líricos, descubrió que no había sido otra cosa que la telonera de esa mujer a la que el agasajado miraba como diciendo: “Hasta en el sueño de la muerte soñaré contigo”. Luego de que Marilyn cantara entre suspiros el feliz cumpleaños, llegó al escenario la torta gigantesca que hizo subir al escenario al presidente de los Estados Unidos.

A partir de allí, todo lo que vio María Callas se volvió borroso. En la recepción posterior, Kennedy le pidió al corresponsal de la revista Time que le diera conversación a la cantante, porque la veía sola en un rincón, sumida en una melancolía preocupante. Esa fiesta histórica de cumpleaños fue también de despedida: pocos meses después, Marilyn Monroe, fue encontrada muerta en su casa de California. Un año después, Kennedy sería asesinado en Dallas. Y un par de años más tarde, luego de parir un niño que moriría a las pocas horas, María Callas sería abandonada por Onassis, quien se fue diciendo: “¿Quién eres tú? No eres nada. Solo tienes un silbato estropeado en la garganta”.

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