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El escritor que mostró la otra Norteamérica

John Steinbeck contó lo que hay detrás de la fachada de los Estados Unidos, las penurias de los más desprotegidos.

Interés General

14/11/2025 - 00:00hs

Premio Nobel en 1962, John Steinbeck precipitó el carácter norteamericano en una fórmula hasta entonces desconocida por las letras del país. Unía la inspiración de su personalidad a un sentimiento de compromiso social: el Imperio era Imperio pero porque lo sostenía una gran mayoría prole y campesina. Actualmente, a uno le costaría imaginarse a Estados Unidos sin la talla de escritores como él, Dos Passos o Fitzgerald, como sin Hollywood , los autos de seis cilindros o Sillicon Valley, porque se han convertido en parte cortante de la sociedad, incluidos estructuralmente.

Cuando Steinbeck describe en sus obras las míseras condiciones de vida de los trabajadores de los Estados Unidos durante la década de los treinta, lo hace con el crédito que le proporciona haber trabajado con sus manos durante la época de la Depresión norteamericana. Algunos de los oficios que se le conocen son: marinero, campesino, carpintero, mozo de rancho, cargador de muelle, vigilante de un club nocturno: un abultado bagaje que lo dotó de la experiencia suficiente para denunciar sin tapujos la injusticia a la que estaban sometidos millones de seres que trabajaban en condiciones inhumanas.

Al escritor norteamericano se le daba un papel principal, no de bastardo, dentro del establishment. Como artistas, convivían con los demonios y borracheras que habitualmente acosan el espíritu creador. Pero sentía que estaba haciendo lo que deseaba y que sus obras, además, importaban. La época enmarcada entre la Depresión de 1929 y el estallido de la Segunda Guerra Mundial es el período más fértil de Steinbeck. Durante esa década produce algunas de sus mejores y más famosas narraciones, cimentadas en la denuncia social y en su toma de partido por los oprimidos: Tortilla flat (1935), En dudoso combate (1936), De ratones y de hombres (1937), El pony rojo (1937), The long valley (1938).

La aparición de libros como “Fiesta en familia”, sin embargo, pasó sin mayores penas ni glorias por catálogos editoriales y mesas de librerías. Desde el comienzo, cuando Steinbeck describe Cammery Row, un villorio que se viene abajo en las cercanías de Monterrey, sobre el pacífico norteamericano, no puede leerse frase sin marearse por un olor nauseabundo: el vaho inconfundible de las fábricas de conserva y harina de pescado. Familiarizado rápido con personajes, construcciones y escenas que se insinúan estrafalarias, resaltan un par de elementos unificadores que dan al relato una dimensión extraordinaria. Lo cierto es que por libros como este fue criticado por sus compatriotas y, en algunos poblados, sus obras fueron quemadas por el modo en que el escritor retrataba las condiciones de vida de los más desfavorecidos.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Steinbeck se dedicó a oficiar como periodista para la Oficina de Información de la Guerra y su, hasta entonces, postura crítica con el sistema, se vio claramente suavizada. A esta época pertenece La luna se ha puesto (1942), una novela corta de talante antifascista. Literariamente también se inclina hacia novelas de corte más tradicional, como Al este del paraíso (1952), que Elia Kazan llevó al cine y que lanzó a James Dean a la popularidad. Pero, a la vez, sigue produciendo novelas cortas, más innovadoras, como La perla (1942), que narra poéticamente el drama de los buscadores de perlas y la estafa sistemática perpetrada por los traficantes.

Con una obra de más de veinte títulos en la que se destacan clásicos del siglo XX, Steinbeck murió en Nueva York, a los 66 años, el 20 de diciembre de 1968. Seis años después que la Academia Sueca le acordara al mayor galardón literario. Su sepultura se encuentra en Salinas, el pueblo californiano donde había crecido y donde aprendió a observar las fisuras de una realidad estable solo en apariencia.

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