El investigador que busca reducir el cáncer a una enfermedad crónica

Por sus revolucionarios hallazgos, Gabriel Rabinovich ingresó a la prestigiosa Academia de Ciencias de Estados Unidos. Según anticipó a este medio, en poco tiempo sus terapias llegarán al paciente. Con críticas al discurso macrista, pidió evitar la fuga de cerebros 

Todavía se muestra sorprendido, como cuando hace exactamente un año atendió esa llamada con número oculto y una voz en inglés le comunicó su ingreso a la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos (NAS), uno de los honores más preciados en el mundo científico.

El asombro, reconoce, se funda en su propia inseguridad, en que todavía no cumplió 50 años (nació el 11 de enero de 1969) y en que hizo toda su carrera en la Argentina. “Mucha gente me decía que, de ocurrir, la elección en la Academia iba a ser a los 70; que no iba a llegar muy alto porque no me había ido del país”, aseguró a diario Hoy Gabriel Rabinovich, el destacado investigador que desafió estereotipos y logró “mucho más de lo que soñaba en 1992, cuando empecé a hacer ciencia en la Universidad Nacional de Córdoba”.

Su incorporación a la NAS, que Abraham Lincoln fundó el 3 de marzo de 1863, se concretó a fines del mes pasado y la elección fue unánime. La institución, integrada por poco más de 2.000 investigadores estadounidenses y menos de 500 extranjeros, apenas siete de ellos argentinos, valoró sus originales avances en la investigación de la inmunología y el cáncer, sobre todo a partir del descubrimiento de la “galectina-1”, una proteína que cumple un doble rol clave tanto en la supresión de enfermedades autoinmunes, como en el desarrollo de tumores.

—En cierta manera, la Academia honró al joven que revolucionó la inmunología, ¿lo siente así?

—He estado pensando mucho en aquellos años, en la enorme alegría que me produjo encontrar esta proteína en el sistema inmunológico, que después se convertiría en mi tema de tesis doctoral. Fue también una gran casualidad, porque al no haber lugar en la cátedra de inmunología y cáncer donde yo quería estudiar, ingresé al laboratorio de Química Biológica Especial, a cargo del doctor Carlos Landa. Eso me salvó la vida.

Ahora, Rabinovich sonríe al recordar aquellos experimentos que consistían en generar anticuerpos contra proteínas en la retina del pollo que nada tenían que ver con el cáncer. O eso creía.

“Se dio algo muy misterioso, porque uno de los anticuerpos reconoció un componente que estaba en células del sistema inmunológico y muy aumentada en tumores, capaz de matar a los linfocitos que deben defendernos de virus y bacterias”, explicó sobre el primer contacto con la “galectina-1”, a la que más tarde caracterizaría. 

—Entonces aparece la hipótesis de la proteína como “héroe” y “villano” del cuerpo…

—Claro, porque al mismo tiempo que atacaba a los linfocitos que nos dañan y provocan las enfermedades autoinmunes, como la esclerosis múltiple, artritis, diabetes, vimos que los tumores podían utilizarla para matar a los linfocitos, antes de que estos eliminaran el tumor.

Del laboratorio, a la clínica

Tras la excitación que le generó aquella primera epifanía científica, la obsesión por la “galectina-1” atravesaría toda su carrera: como doctor en Ciencias Químicas, investigador superior del Conicet y director del Instituto de Biología y Medicina Experimental (Ibyme), desde donde junto a un equipo de más de treinta investigadores desarrolló terapias para “neutralizar” la proteína en cánceres y “agonistas” para combatir enfermedades autoinmunes. 

Estos trabajos, que le valieron múltiples premios, fueron patentados por el Conicet y despertaron el interés de importantes compañías farmacéuticas, determinaron también su ancla a la Argentina: “La única forma de avanzar en las investigaciones era desde acá”, reivindicó, y explicó: “Irme quizá implicaba interrumpir el tema. Pero sentía que no podía dejarlo, que tenía que seguir”.

—¿Esa es la tenacidad que define al científico?

—Sí, pero es un trabajo en equipo. Yo creo que con un poco de curiosidad, creatividad, pasión por captar la realidad y aportar un granito de arena a la sociedad, todos podemos ser científicos.

—La cuestión humanitaria de la ciencia…

—Exacto. Aunque de esto me dí cuenta con el tiempo, porque de chico quería ser psicólogo o músico. Para mí el científico era alguien encerrado en su laboratorio, alejado de la sociedad. Pero, en el secundario primero y en la facultad después, al estudiar Bioquímica, noté que había cierta humanidad en los procesos biológicos que intervienen en la salud y en la enfermedad. Me fascinó tratar de mejorar la vida de las personas y eso es lo que rige nuestras investigaciones en el laboratorio.

—¿En qué momento llegarán los resultados de sus trabajos al paciente?

—Esa es la pregunta del millón. Primero hay que hacer los ensayos preclínicos, para después comenzar la fase clínica en una población muy pequeña de pacientes, algo que podría suceder en uno o dos años. Estamos buscando el mejor programa para transferir esto a la clínica, pero necesitamos el apoyo del Ministerio de Ciencia, del Conicet, porque los costos son muy altos.

—¿Este es el camino hacia la cura definitiva del cáncer?

—Yo prefiero no hablar de cura, porque no soy médico y porque hay distintos mecanismos de resistencia tumoral. Pero sí puedo decir que en los animales de experimentación vemos una mejora notable con las terapias que aplicamos y el objetivo es tratar de hacer del cáncer una enfermedad crónica, que no haga metástasis sino que uno le pueda hacer frente con un sistema inmunológico potente.

—¿Existe el apoyo estatal para continuar con las investigaciones?

—Mi análisis es que se necesita cambiar el discurso, porque la llamada ciencia aplicada (la medicina, por ejemplo) solo llegará con los años, con un apoyo sostenido a las ciencias básicas (investigaciones experimentales en laboratorios o universidades que no arrojan resultados inmediatos). En cualquier lugar del mundo, a los científicos argentinos les ofrecen los mejores salarios, pero tenemos que retenerlos acá, valorarlos y generar un buen presupuesto para la ciencia, para que no vuelva la fuga de cerebros de viejos tiempos.

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