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Isla Paulino, un paisaje perdido en el tiempo

A tan solo doce kilómetros de La Plata, un italiano construyó a fines del siglo diecinueve un recreo que se convirtió en un sitio de peregrinación y que hoy es un viaje al pasado.

Paulino Pagani fue el primer habitante notable de la isla. En 1887, este pionero que vino de Lombardía y trabajó en la apertura del canal Santiago creó un recreo a veinte minutos en lancha. Allí están las doce cuadras de la vieja escollera y su muelle destartalado. En ese lugar crecen los viñedos de uva chinche que se hicieron famosos gracias a ese vino de la costa que cobró fama en todo el Delta de Berisso y La Plata. Isla Paulino fue perdiendo terreno en su lucha cuerpo a cuerpo con el río, en su de­sigual batalla contra el tiempo.

Yendo en lancha hacia la isla pueden verse las oxidadas ruinas del frigorífico Armour, que junto al Swift fueron el motor de la vida económica de Berisso durante setenta y cinco años. La lancha tose para ingresar al canal Santiago que divide en dos a esa isla delimitada por el Rio Santiago, el Rio de la Plata y el arroyo Caracol.

Su época dorada fueron los años previos a la década del 40. El 15 de abril de 1940 es una fecha negra en el calendario de la isla. Ese día, una creciente se la tragó entera. Todo quedó convertido en un cementerio de chapas y tirantes y animales. A partir de allí, comenzaron a mermar las visitas al gran recreo Pagani, ya no era tan frecuente decir: “Vamos de Paulino”. Hasta Julio Argentino Roca era un asiduo concurrente de la isla, ya que allí se podían comer los mejores “pucheritos de gallina alimentadas a maíz”.

El Indio Solari recuerda: “Cuando la cosa se ponía brava, mi amigo Alejandro me llevaba a la isla Paulino. Es un lugar donde vivían cuatro familias, que hacían vino patero. Yo iba, ponía la carpita al lado de lo de Romagnoli, que me daba una damajuana. No había ni una despensa, ahí: Romagnoli mataba un pollo para mí.” También se menta a Aristóteles Onassis, que utilizaba el lugar como sitio de contrabando en la etapa en que comenzó a armar su inmensa fortuna.

La isla vive de nostalgias que la anclan a un pasado definitivamente lejano, entre sauces años, encumbrados eucaliptos, el recuerdo de las enormes cosechas de ajíes, chaucha, tomates o papas con destino al mercado del Abasto o de La Plata y, las parras de uva chinche para un vino de la costa que se produce cada vez menos. Fantasmas que se cruzan por el sendero y se descuelgan de las paredes de chapa de zinc. Alguna vez, Haroldo Conti escribió: “Todos invocan al viejo Pagani, que se fue de última navegación, gran comandante, en el 28 como si todavía, desde el cementerio de La Plata, pudiese enderezar sus vidas, sanar sus tierras, restablecer el fuerte esplendor de los años que se llevó la creciente del 40”.

Según el censo de 1897 la isla llegó a tener 589 habitantes; en la actualidad viven quince familias en la isla que manteniendo la tradición de sus mayores continúan cultivando flores, viñedos, frutas y verduras.La mayoría de sus habitantes son mayores de edad, especialmente, ancianos. No tienen acceso a los servicios públicos de electricidad, gas o agua potable. Utilizan la energía de los paneles solares instalados en la mayoría de las construcciones, que tienen más de cien años y respetan el estilo histórico de casas elevadas para protegerse de las inundaciones.

Algunas cosas han sobrevivido al tiempo. Las peculiaridades de la fiesta de la primavera, por ejemplo. La procesión en kayak de la Virgen Stella Maris - la patrona de los isleños y los navegantes-, y la ofrenda floral que se le rinde pidiendo por buena cosecha y protección frente a las crecidas. El haber logrado la denominación de “Paisaje Protegido de Interés Provincial” permitió a los pobladores luchar, por ejemplo, por la construcción de defensas contra el avance de las aguas o reducir la velocidad de las embarcaciones que circulan por sus cercanías. Hay proveeduría y camping. Ven coloreadas sus noches con el anaranjado resplandor de la chimenea de YPF: “El fósforo de Berisso”. Son los últimos sobrevivientes de una época que amenaza con irse a pique para siempre, como esos barcos podridos hundidos en sus aguas.

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