La UNLP conmemoró su 120° aniversario con un acto en el histórico Rectorado
El evento reunió a autoridades, ex presidentes, músicos y artistas.
Se apellidaba igual que el Diego, era médico y se dedicó a ejercer su profesión entre aborígenes y demás desheredados de la tierra.
13/08/2025 - 00:00hs
Esteban Laureano Maradona nació en la localidad santafesina de Esperanza el 4 de julio de 1895. Durante cincuenta años ejerció la medicina en Estanislao de Campo , una localidad formoseña, dejada de la mano de Dios. Allí, curó y educó a los aborígenes de la zona, e hizo estudios de flora y fauna, prácticamente ignorados en su patria pero consultados en el exterior.
Vivía en un rancho a la sombra de un añoso árbol. Allí tenía su consultorio. Su escritorio, una mesa atestada de papeles, lapiceras, libros y algunos dibujos de animales y plantas. Un farol a querosene, una cama rechinante, una única silla, una cortina desflecada que separa un cuarto de otro. Un pequeño brasero que no puede con el frío que se cuela por las grietas y las ranuras de la puerta. En esas condiciones vivía un hombre que hizo de la medicina un apostolado.
Se recibió de médico en 1926, en la ciudad de Buenos Aires. El diploma se fue apergaminando en una valija de cartón. En una repisa tenía una pequeña caja metálica donde guardaba las jerinas y algunos remedios. Ese médico viejo, enjuto y encorvado, se había ganado la confianza de los indios pilagás, tobas, matacos y demás desheredados. A un costado del recibidor se amontonaban sus escritos sobre antropología, botánica, etnografía, zoología, enfermedades tropicales e historia de la región.
Decía que uno de sus lejanos ancestros, de apellido Sosa, había recibido campos de Juan de Garay, cuando la fundación de Buenos Aires, y José Ignacio Maradona, otro de sus antecesores, había sido diputado ante la Junta Grande. No tenía mujer ni hijos, era un hombre solo en una geografía eternamente polvorienta, atravesada por vías férreas entre montes achaparrados.
No solo trataba médicamente a quienes carecían de toda asistencia sanitaria, sino también fundó una escuela allí donde no había ninguna cerca. Su inserción en ese medio lo llevó a adoptar el idioma de sus pacientes, familiarizarse con ritos muy antiguos, y conocer y respetar las costumbres de los habitantes originarios de esas tierras. Esteban Maradona era conocido en el nordeste argentino como “El Dotorcito Dios”, apodo con el que no se sentía del todo cómodo.
Llegó a Resistencia cuando esa ciudad tenía las calles sin asfaltar. Su primer consultorio lo abrió allí. Fue en el año 1927. Unos años después se produjo el golpe de estado de Uriburu. Si bien Maradona no era radical, se opuso al derrocamiento de un presidente elegido por el pueblo. Fue tal el hostigamiento que sufrió que decidió irse a Paraguay. Solamente llevaba una maleta con un poco de ropa y dinero, y el título de médico. Cuando volvió a Argentina, el tren que lo llevaba a Formosa se detuvo en un pueblo, Estanislao del Campo. Cuando descendió a estirar las piernas, estaban buscando a alguien que pudiera asistir a una parturienta. Tomó su maletín y sin pensar en la pérdida del tren, se subió a un sulky y fue a prestar auxilio al parto. Nunca más se fue del pueblo: “Porque al volver a la estación, sobre los andenes, en la sala de espera y también cerca de la boletería, una multitud de enfermos querían ser atendidos por mí. Aunque no me conocían, en dos horas se corrió la voz de que había llegado un curador”.
Se levantaba cuando las primeras luces del día despabilaba al pueblo. Lo primero que hacía era escribir, con letra menuda y esmerada, esos apuntes que revelaban su pasión de naturalista y que se iban amontonando atados con piolines. Así fue escribiendo varios tomos de una “Historia cronológica de las ciencias botánicas”, que contenía observaciones como ésta: "El palo borracho se llama así porque los indios suelen usarlo para pescar, aprovechando su alto contenido en rotenona, una substancia alojada en su corteza y que produce en contacto con el agua una solución que adormece a los peces. Los aborígenes, conocedores de eso, solían arrojar desde sus embarcaciones pequeños trozos al río, recogiendo luego del agua los peces «alcoholizados». El tronco ahuecado también sirve para fabricar pequeñas canoas”. Luego se dedicaba a ejercer esa misión que se impuso: asistir como médico a los más necesitados. Murió en 1995 –a los 100 años-, en Rosario.